Lady Snowblood
Koike y Kamimura
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2006.


 

 

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Acepte imitaciones

La firma de Koike, el extraordinario guionista de Lobo solitario y su cachorro y Asa el ejecutor, hizo que me lanzara entusiasmado sobre este tebeo. Creía que, a pesar de no contar con el talentoso Kojima, su socio en las citadas series, mantendría una calidad similar. No es exactamente así.

Por un lado el dibujo se queda en una zona gris, la de los que cumplen sin fascinar ni resultar irritantes. El trabajo de Kazuo Kamimura es correcto, llegando en ocasiones a recordar la estilización de Krigstein y similares, sin su genialidad. Si el dibujo cumple sin emocionar, con el argumento nos pasa algo parecido.

Reconocemos algunos de los rasgos de Koike, como su gusto por la violencia entremezclada con erotismo, su construcción de elaboradas venganzas, su afecto por las situaciones extremas y otros. Pero todo resulta un poco enfático, sin alma, algo en la narración nos distancia, invitándonos a abandonar el volumen. No es la primera vez que Koike falla. Tampoco resultaba muy convincente en la exitosa Crying freeman, un manga que invitaba a odiar los mangas, lleno, como diría mi amigo Ramón, de yakuzas tatuados y pollas gaseosas.

El ambiente que consiguen Koike y Kamimura en esta Lady Snowblood es similar al que encontramos en algunas películas de samurais de última generación. De hecho, hay una adaptación cinematográfica en los setenta, que se cita como inspiración para Kill Bill, más concretamente para la renombrada escena de lucha en la nieve entre la Thurman y Lucy Liu. Una atención extrema por los detalles coreográficos y el desparrame formal, pero apenas se cuidan los personajes y su verosimilitud. Olvidan que, en las grandes historias de samurais, la lucha es tanto exterior como interior, son maravillosas reflexiones sobre el deber y sus circunstancias. Como bien nos demostró el mismo Koike en sus dos colaboraciones con Kojima, Lobo y Asa.

En general, nos gusta el género de samuráis cuando se aproxima al western, cuando recorre esos territorios donde lo que cuenta es la voluntad individual, enfrentada a penalidades que definen a los hombres, separándolos de los cínicos y los muchachos. Esto es algo que Stan Sakai parece entender perfectamente. Americano de origen japonés, Sakai lleva ya tiempo deleitándonos con las aventuras de Usagi Yojimbo, un conejo ronin de grafía infantil que, sin embargo, esconde historias muy adultas. Ahora nos ha llegado su última entrega, un conjunto de relatos cortos donde, nuevamente, Stan demuestra su maestría.

Aunque su arquetipo bebe de forma muy evidente en el cine de Kurosawa y la obra de Koike y Kojima, consigue en ocasiones superar a sus antecedentes, como ya hace años Sturges superaba en Los siete magníficos a la original versión japonesa. Las claves hay que buscarlas en un mejor control del ritmo y en un mundo de valores universales y humanos, que se transmiten con rotunda convicción. Sakai despoja sus relatos de todo lo accesorio y consigue contarnos historias directas y emocionantes, que pueden sonarnos, como toda narración clásica, pero que siempre resultan nuevas en su interpretación.

En este caso, olvídense del original y busquen la imitación, porque es mejor.

Florentino Flórez

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