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La extraña pareja Hace ya tiempo que Monsieur Jean, el héroe cotidiano creado por esta pareja de dibujantes franceses, es saludado como el nuevo gran personaje del país vecino. Yo diría que lo que han conseguido los galos en los últimos años es mejorar su marketing, mientras los tebeos no acaban de despegar. De vez en cuando recibimos alguna agradable sorpresa, como el pirata de Blain. Pero resulta que al pasar del cuarto tomo se deshincha. Algo similar a lo que ocurrió con la aparatosa Mazmorra. El invento de Trondheim y compañía prometía, parecía fresco y anunciaba aires de renovación. Pero de nuevo tropezamos con una fórmula que se agota rápidamente, ahogada por la improvisación y el todo-lo-que-sale-de-mi-lápiz-es-genial. Así que aquí seguimos, esperando a los autores que sustituyan a la generación de Greg, Goscinny y compañía. Curiosamente, a los belgas les ha ido mejor. Van Hamme sigue en buena forma y Senté promete convertirse en uno de los grandes. Pero lo de los franceses parece tener un arreglo difícil. Personalmente, no sé si llegué al tercer álbum de Monsieur Jean. Como es habitual, un bonito dibujo nos seduce para comprobar más tarde que poco es lo que se nos tiene que contar. Una cotidianidad más bien pedante y que yo prefiero ahorrarme. No tengo tanto tiempo y, puestos a elegir, todavía quedan franceses interesantes, como Girard, aunque no dibuje historietas. Nadie es perfecto. La cuestión es que ahora nos llega este bonito volumen, bien editado y a un precio más que razonable, que contiene lo que considero lo mejor de la pareja artística formada por Dupuy y Berberian: sus dibujos. Han sabido conectar con toda una tradición gráfica muy francesa, con ramificaciones en la pintura, como Dufy o Pascin, y en el diseño gráfico, como Colin o Savignac, fácilmente identificable y muy popular. Tanto que no son los únicos en sumergirse en ese pozo visual. Incluso en nuestro país, autores como Ferrer o el mismo Gallardo han mirado con interés ese campo gráfico, que tiene conexiones y variantes en otras zonas, extrayendo sus propias conclusiones. En ocasiones mejores que las de los franceses, todo hay que decirlo. Pero, en fin, la tradición es tan agradable, tan próxima, que hay que ser muy chepo para reinterpretarla y hacerlo mal. Aunque a veces están a punto de conseguirlo. No todas sus elecciones en el campo del color son afortunadas y parecen sentir una especial predilección por los valores más oscuros y los tonos sucios, lo que no juega mucho a su favor. En el terreno del dibujo, este estilo se presta al boceto, a la expresividad, a la fugacidad. Y ese es un precipicio por el que es fácil despeñarse. Entre ser muy suelto e ir suelto hay poca distancia. A menudo, tenemos la sensación de que la pareja podía haber cuidado un poco más su dibujo, ahorrándose tanta autenticidad. Pero, en fin, lo anterior es lo peor que se puede decir de un volumen que agrupa un bonito conjunto de imágenes, en algunos casos sorprendentes y muy agradables. Cuento entre mis favoritas muchas de las que tienen usos publicitarios. También las que giran alrededor de productos u objetos. Llaman la atención también algunas páginas de sus cuadernos de dibujo, con estilos diferentes a los habituales. Finalmente percibimos otro factor que nos da mucha
envidia. Muchas de las mejores ilustraciones son serigrafías. Pertenecen
a esas tiradas limitadas que tanto las editoriales como las librerías
están acostumbrados a realizar en el mercado franco-belga. Por
estos lares apenas hay tradición y lo cierto es que facilitan la
aparición de un universo gráfico paralelo al de los tebeos,
muy interesante. Yo creo que es beneficioso para el medio. Esa práctica
se intentó en los ochenta y luego se abandonó. Alguien debería
volver a animarse.
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