Una nueva lectura de la imperecedera obra
Shang Chi Master of Kung Fu nos ha vuelto a sorprender. Y lo ha
hecho hasta tal punto que nos llegamos a plantear seriamente si de verdad
la habíamos LEÍDO antes o si tan solo fuimos deslumbrados
por la magnífica y en ocasiones genial narrativa de Paul
Gulacy, de la cual, en esta revista ya hemos manifestado nuestra
opinión al respecto. Nos ha sorprendido especialmente el tratamiento
ADULTO que Moench hace de esta, en apariencia o primera
lectura, simple historia de aventuras.
|
SHANG-CHI
De anteriores lecturas recordábamos
su entretenida acumulación de acción y situaciones que
nos transportaban a lugares exóticos y ambientaciones aparentemente
disparatadas, de inusual atractivo. Lo que habíamos pasado por
alto es la carga poética encerrada bajo la habitual intranscendencia
-¡bendita intranscendencia!- propia del cómic de aventuras.
Ahora, estamos en situación de proclamar que ésta es una
de esas grandes historias que tienen más de una lectura, de las
pocas que cada vez que vuelves sobre ellas te encuentras con algo nuevo,
algo que no habías descubierto anteriormente. Una de las características
de toda obra imperecedera.
En primer lugar, resulta novedoso el tratamiento de la relación
mujer-hombre. Ésta es mostrada con sensibilidad y sutileza, enmarcada
por una prosa en ocasiones cercana a la sublimación idílica
y en otros momentos cargada de mordaz ironía. Con ella, Moench
es capaz de conmovernos y de acercarnos positivamente a los personajes,
sean estos principales o secundarios que adquieren roles protagonistas
dejando en segundo plano a aquellos. En este sentido, la historia de
los espías primero enemigos y posteriormente amantes, Gato y
Leiko Wu, es modélica y supone uno de los más bellos relatos
de amor leídos en los últimos años. Esta historia
de amor por encima de todo (ideologías, etnias, nacionalidades
o deberes patrios) resulta, sencillamente, hermosa.
La relación del protagonista con Leiko Wu, también tiene
elementos que si son llamativos hoy en día, en su momento debieron
serlo mucho más. Primero por ser ella quien toma la iniciativa
de declarar su amor, segundo, porque el propio personaje femenino es
sumamente complejo, tercero, porque el resultado dista mucho del acaramelado
final feliz. En el otro extremo, la discusión entre Leiko Wu
y Clive Reston contiene alguna de las acusaciones más feroces
que se hayan visto en un tebeo de estas características. Que
el personaje masculino la acuse de ninfómana mientras que ella
se defiende dudando de la hombría de su ex-amante, se nos antoja
un golazo encajado con vaselina entre las redes del pacato Comics Code.Si
hablamos de personajes complejos no sabríamos por donde empezar,
desde el mismo Shang Chi, atormentado por su traición filial
y por participar en acciones con las que está en desacuerdo,
hasta el maligno Fu Manchú, reiteradamente abandonado por sus
hijos, Shang Chi y Fah Lo Suee, y al mismo tiempo empeñado en
encontrar al heredero perfecto. Pero es principalmente en los secundarios,
todos ellos lastrados por algún tipo de carga emocional, donde
los rasgos de personalidad se enriquecen, contribuyendo a humanizarlos.
Uno de ellos es, o fue durante una temporada, alcohólico, otro
está obsesionado por el recuerdo de la muerte en acción
de su amante, mientras que la fidelidad al jefe del de más allá
se convierte en su propio factor de inestabilidad.
|