Una nueva lectura de la imperecedera obra Shang Chi Master of Kung Fu nos ha vuelto a sorprender. Y lo ha hecho hasta tal punto que nos llegamos a plantear seriamente si de verdad la habíamos LEÍDO antes o si tan solo fuimos deslumbrados por la magnífica y en ocasiones genial narrativa de Paul Gulacy, de la cual, en esta revista ya hemos manifestado nuestra opinión al respecto. Nos ha sorprendido especialmente el tratamiento ADULTO que Moench hace de esta, en apariencia o primera lectura, simple historia de aventuras.

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El Wendigo nº 80,

así como una entrevista con Paul Gulacy


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SHANG-CHI

De anteriores lecturas recordábamos su entretenida acumulación de acción y situaciones que nos transportaban a lugares exóticos y ambientaciones aparentemente disparatadas, de inusual atractivo. Lo que habíamos pasado por alto es la carga poética encerrada bajo la habitual intranscendencia -¡bendita intranscendencia!- propia del cómic de aventuras. Ahora, estamos en situación de proclamar que ésta es una de esas grandes historias que tienen más de una lectura, de las pocas que cada vez que vuelves sobre ellas te encuentras con algo nuevo, algo que no habías descubierto anteriormente. Una de las características de toda obra imperecedera.

En primer lugar, resulta novedoso el tratamiento de la relación mujer-hombre. Ésta es mostrada con sensibilidad y sutileza, enmarcada por una prosa en ocasiones cercana a la sublimación idílica y en otros momentos cargada de mordaz ironía. Con ella, Moench es capaz de conmovernos y de acercarnos positivamente a los personajes, sean estos principales o secundarios que adquieren roles protagonistas dejando en segundo plano a aquellos. En este sentido, la historia de los espías primero enemigos y posteriormente amantes, Gato y Leiko Wu, es modélica y supone uno de los más bellos relatos de amor leídos en los últimos años. Esta historia de amor por encima de todo (ideologías, etnias, nacionalidades o deberes patrios) resulta, sencillamente, hermosa.

La relación del protagonista con Leiko Wu, también tiene elementos que si son llamativos hoy en día, en su momento debieron serlo mucho más. Primero por ser ella quien toma la iniciativa de declarar su amor, segundo, porque el propio personaje femenino es sumamente complejo, tercero, porque el resultado dista mucho del acaramelado final feliz. En el otro extremo, la discusión entre Leiko Wu y Clive Reston contiene alguna de las acusaciones más feroces que se hayan visto en un tebeo de estas características. Que el personaje masculino la acuse de ninfómana mientras que ella se defiende dudando de la hombría de su ex-amante, se nos antoja un golazo encajado con vaselina entre las redes del pacato Comics Code.Si hablamos de personajes complejos no sabríamos por donde empezar, desde el mismo Shang Chi, atormentado por su traición filial y por participar en acciones con las que está en desacuerdo, hasta el maligno Fu Manchú, reiteradamente abandonado por sus hijos, Shang Chi y Fah Lo Suee, y al mismo tiempo empeñado en encontrar al heredero perfecto. Pero es principalmente en los secundarios, todos ellos lastrados por algún tipo de carga emocional, donde los rasgos de personalidad se enriquecen, contribuyendo a humanizarlos. Uno de ellos es, o fue durante una temporada, alcohólico, otro está obsesionado por el recuerdo de la muerte en acción de su amante, mientras que la fidelidad al jefe del de más allá se convierte en su propio factor de inestabilidad.