Penny Century
Jaime Hernández
Ediciones La Cúpula. Barcelona, 2004.



Viñetas
Las editoriales pequeñas insisten en rescatar obras menores de autores conocidos. Se acaba llegando a la conclusión de que lo mejor ya está publicado o de que se elige por puro reconocimiento del nombre, porque hasta ahora muy pocos tebeos, entre todo lo que se nos está ofreciendo, tienen algún interés. Ya hemos leído lo peor de Delano, Moore y Ennis, entre otros.

Ahora llega El astronauta errante, de Anderson y Vinicoff y, al menos, se parte de una premisa más inteligente, como es apostar por el dibujante. El guión sigue siendo mediocre pero Anderson, esa suerte de Neal Adams de saldo, nos asegura una narrativa limpia y una calidad media en el trabajo, lo cual es de agradecer. Siempre fue más rígido y limitado que Adams, pero es sólido y ha firmado dos o tres tebeos imprescindibles, de Somerset Holmes a Dios ama, el hombre mata. Así que bien está esta recuperación.

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¡Chihuahua!

Los hermanos Hernández constituyen una referencia inevitable al hablar de cómic alternativo en USA. Al igual que en cine se nos dice que hay dos mundos, el de Hollywood, con superproducciones violentas y descerebradas, y el de los que reciben homenajes en Sundance, con productos arriesgados y casi casi europeos, en los tebeos encontramos una divergencia similar. Por supuesto, es innecesario comprobar qué hacen esos maravillosos autores independientes. Basta con saber que se oponen a la corriente mayoritaria, eso les asegura el certificado de beatificación.

Algo así ha ocurrido con los Hernández, dos hermanos de ascendencia hispana que ya llevan treinta años en el negocio, fabricando relatos cuya calidad nadie osaría cuestionar. Desde el principio parecían haberse repartido los papeles. Beto era el que escribía bien y dibujaba peor y Jaime el dibujante superdotado con historias un poco chorras. Ambos compartían el mismo interés por un mundo, el mestizo universo de la frontera, la zona donde América del Norte se difumina con México, que en el caso de Beto se sintetizaba en el pueblo de Palomar y, en el de Jaime, en unos suburbios cargados de chicanas de culo gordo, profesionales de la lucha libre y elementos fantásticos que poco a poco han ido desapareciendo de su trabajo.

Con el tiempo, Beto se lió con sus historias y abandonó la claridad narrativa y poética de sus primeras entregas. Lo más divertido que le recuerdo últimamente es Birdland, una fantasía pornográfica realmente disparatada. En cuanto a Jaime, sigue siendo un modelo de dibujantes, con una estilización y unos contrastes de blanco y negro de una calidad difícil de imitar. Pero sus historias carecen de trascendencia, parecen meras excusas para dibujar chicas monas. No me quejo, la limpieza de su trazo asegura unas horas de entretenimiento, pero siempre he soñado con las maravillosas historietas que podría hacer si se pusiera en manos de un guionista competente. Una pena.
Florentino Flórez

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