Blackmark
Gil Kane
Norma Editorial. Barcelona, 2005.

 

 

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Relatos salvajes

Perdíamos a Gil Kane hace cinco años. Fue uno de los más interesantes y peculiares creadores que hayan existido. No se le suele incluir entre los autores revolucionarios porque era un profesional que dibujaba superhéroes. Pero había mucho de radical en su trabajo, empezando por la propia estructura de sus personajes, cuya diferencia, como bien nos recordaba Peter David, era inmediatamente percibida por los lectores.

En el negocio se decía que Kane era uno de los que más sabían de anatomía, algo que se manifestaba de manera evidente en sus figuras. Kubert lo tuvo al cargo de esa materia en su escuela. Pero era mucho más que un artesano con talento. Procuraba estar al tanto de lo último que se producía en Europa y su campo de intereses era amplio, como contaba uno de sus pupilos más aventajados, Chaykin. Esas inquietudes le llevaron a alejarse cada vez más de lo que se producía en las grandes compañías en las que colaboraba. Y a intentar dos aventuras en solitario. La primera fue un thriller ultraviolento con un héroe que tenía la cara de Lee Marvin. A pesar de tan afortunada elección, el proyecto fracasó.

Y luego se puso con Blackmark. Esta es una historia de espada y brujería, en la que no falta la violencia y el drama operístico, combinando abundantes textos con sus prodigiosos dibujos, en un derroche de escorzos y movimiento barroco. Se adelantó al concepto de novela gráfica, pero tampoco funcionó. Tras salir un primer volumen en el pequeño formato con que Kane lo había concebido, fue recogido por Marvel, que editó una versión remontada en las páginas de su revista Conan.

Fue así como llegó a España, allá por el 73, en la maravillosa Relatos Salvajes, una publicación mítica donde pudimos disfrutar del mejor Conan, el espléndido Gulacy y algunas de las más fascinantes historias de ciencia-ficción que recuerdo. Pero en la reedición de Norma se cita la versión francesa y nadie parece acordarse de la española. Es cierto que las aventuras de Blackmark no concluyeron y que ahora se brinda al lector español la primera oportunidad de disfrutar de ellas tal y como fueron concebidas por su creador. En un formato que respeta la paginación original y con una reproducción que no empasta los grises que la acompañan. Merece la pena. No es un trabajo redondo y quizás algunos textos son rimbombantes y repetitivos. Pero hay emoción y el arte de Kane brilla en todo su esplendor. No se lo pierdan, es una gran recuperación.
Florentino Flórez

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