Louis Riel
Chester Brown
La Cúpula. Barcelona, 2006

 

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Dios y patria

Cuando hace unos meses se publicaba Ed, el payaso feliz, de Chester Brown, un autor underground prácticamente inédito en España, me preguntaba cuánto tardaríamos en ver traducido este Louis Riel. Ya lo tenemos aquí, en un tomo que agrupa los bonitos comic-book originales. En este comic biográfico se narra la historia de un rebelde franco-canadiense a finales del XIX, permitiéndonos vislumbrar los orígenes de esa tensión entre canadienses de habla inglesa y francesa. Tensión que se traduce en plebiscitos sobre la soberanía, que parecen dispuestos a repetir las veces que haga falta. En un principio las discusiones no fueron tan civilizadas, convirtiéndose las reclamaciones territoriales en pequeñas guerras civiles en las que la ambición, la corrupción política o los desvaríos religiosos y raciales jugaron un importante papel.

En ese sentido el comic, como todo tebeo histórico, tiene un valor en sí mismo, ya que nos muestra aspectos de la historia que muchos desconocíamos. Como ocurre con otras sagas que permanecen inéditas en castellano, como Los Tejanos del recientemente fallecido Jack Jackson, o Las Crónicas de Leodegundo, de Gaspar Meana. Otra cuestión es cómo se cuentan esos sucesos.

Brown elige un sistema muy llamativo en lo visual, con una estructura de seis viñetas iguales por página que no varía en ningún momento. Ese estatismo se extiende a su forma de planificar, muy moderada en sus cambios y que apenas llega al primer plano. El autor muestra su predilección por la perspectiva militar, una vista de pájaro que permite jugar con las diagonales del cuadrado que forman las viñetas y que él usa con insospechada eficacia. Sumen a esa narrativa un estilo línea-clarista, que Brown reconoce heredera de Gray, extremadamente limpio pero que no rechaza el empleo de tramados regulares. Personalmente, el dibujo me resulta muy agradable y sorprendente, con esas figuras achaparradas, de cabeza diminuta y manos enormes, y creo que refleja muy bien esos paisajes desolados, el paso de las estaciones, el frío invernal... Mención aparte para el contraste extremo entre sus contornos y el moderado y expresivo uso de los negros. En general, su narrativa es curiosa y elegante, lo que no evita los errores. Sin duda el más gordo es el del juicio, treinta páginas en las que apenas encontramos algo más que el mismo plano-contraplano, en una repetición que sin duda agotará a sus seguidores más recalcitrantes.

Los problemas menores de la puesta en escena se vuelven mayores en el tratamiento del guión. Este tipo de relatos tropieza con una dificultad, como es equilibrar la narración de los hechos históricos con los sucesos individuales. Lo que le pasa al protagonista o protagonistas es lo que realmente nos interesa, lo que como lectores podemos seguir. Cuando la balanza se inclina hacia los grandes sucesos, olvidando las pequeñas anécdotas, se necesita mucho talento para mantener la atención del lector. Por eso los relatos llamados corales precisan de narradores realmente magistrales para ser soportables, caso de la Avenida Dropsie.

Pero Brown, aunque tiene un talento innegable, no es Eisner. Su tebeo tiene cuatro partes. La primera, el inicio de la sublevación, está bien y por momentos muy bien. Esas primeras escaramuzas en las que los chiflados cambian el curso de la historia contienen algunas secuencias memorables, como la de los improperios en la cárcel. La segunda se aguanta y lo del delirio religioso del protagonista está contado correctamente. La tercera, a pesar de algunas escenas bélicas interesantes, naufraga entre la explicación de las conspiraciones políticas y una exposición de los hechos que confía más en lo verbal que en lo visual, lo que la vuelve aburrida y difícil de seguir. El juicio se sitúa en la cuarta y última parte.

La sensación general es que el tema puede con Brown, que no hace crecer a sus secundarios, que no presta la suficiente atención a sus protagonistas, que no los humaniza, demasiado atento a las grandes presiones históricas que sin duda estaban detrás de lo que narra. Pero la ambición y la corrupción no han cambiado mucho desde entonces, nos resultan familiares y poco interesantes. En cambio, fabricar un gran personaje, ferozmente individual, a partir de ese Louis Riel que apenas adivinamos en su relato, eso sí habría tenido valor. Se queda a medias.

Florentino Flórez

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