Me acabo de separar © 2003 El Wendigo. Todos los derechos reservados El © de las viñetas pertenece a sus respectivos autores y/o editoriales. |
Españoladas Así era como durante la transición muchos se referían a las películas españolas, aquellos productos de finales del franquismo, protagonizados por tipos tan casposos como Landa o Paco Martínez Soria. Aquellos héroes de barrio fueron vilipendiados y todos nos convencimos de que el nuevo cine jamás volvería a caer en excesos folclóricos, propios de un nacionalismo autárquico. Pero las cosas no fueron exactamente así. Trueba, en La niña de tus ojos, marcó el comienzo de una nueva etapa. Supongo que recuerdan el célebre diálogo entre Resines y la Barranco. Ella habla con desprecio de las españoladas y él le replica que qué se espera que hagan los españoles. En ese momento se certifica un cambio que llevaba años gestándose. Borrachos de un nuevo nacionalismo, tan irracional o más que el franquista, pocos son los renegados que a día de hoy se atreven a cuestionar la calidad de las pelis patrias, so pena de ser tratados como reaccionarios, vendidos al imperialismo yanki o cosas peores. Las razones no importan, el primer mandamiento es que las españoladas molan. Algo similar pasa con los tebeos. Justo cuando nuestra industria es más débil, cuando las librerías se llenan de traducciones japonesas y americanas, surgen como setas los editores independientes y a los autores jóvenes se les indica que trabajar para la industria es alienante y embrutecedor y que, si desean ser unos creadores como toca, deben contarnos cosas profundas e ininteligibles. Lógicamente, nada de eso ayuda a que se genere una auténtica alternativa frente a los productos foráneos, así que muchos acaban dedicando sus esfuerzos a otras actividades, se exilian o inventan terceras vías. Pero ya hay listos que anuncian la solución a todos los problemas: proteger al medio con subvenciones. Mientras el ministerio de turno se decide, la política a seguir es similar a la de los cineastas: qué buenos somos, que nadie se atreva a afirmar lo contrario. Nada de eso ayuda a fortalecer el medio. Nos iría mejor si todos nos acostumbráramos a un ruido de fondo formado por opiniones encontradas, argumentos sinceros y voces dispares que señalen las bondades, pero no permanezcan mudas ante los defectos. Se acaba de publicar la segunda parte de Las Heresiarcas, una ambiciosa saga con guión de Carlos Portela y dibujos del brillante Das Pastoras. Han conseguido la hazaña de editar en Francia y para que nuestros vecinos del norte admitan algo que no han parido ellos, se supone que ha de tener una calidad demostrada. Así lo parece cuando echamos un vistazo al trabajo de Das Pastoras, sus espectaculares acuarelas. Pero la finura de su labor se difumina cuando revisamos la historia y comprobamos que ni se entiende nada ni invita a continuar con la lectura. Un argumento farragoso, con personajes sin alma y una narrativa más preocupada por el detalle bonito que por guiar al lector. Los resultados no son como para tirar cohetes, ni mucho menos. Más afortunada resulta nuestra segunda españolada de hoy. Me refiero a Me acabo de separar, del tándem Bermejo-Gallardo. Nos tenían acostumbrados a sus ligeros cuentos para niños y ahora se descuelgan con un libro que emplea esas fórmulas mixtas que Gallardo explora con éxito últimamente. Modelos más habituales en el mundo anglosajón, pero poco vistos por aquí. Una mezcla entre el ensayo literario muy ilustrado y algunos recursos típicos de la historieta. Asistimos a la doble visión del mundo del separado, lo que permite a los autores recrear un conjunto de situaciones que pasan de ser de patéticas a resultar tiernas, simpáticas y hasta cómicas. Gallardo mantiene su espléndida madurez y su grafismo vuela muy alto, con sus acostumbrados reciclajes y su absoluto dominio del color. Recomendable no solo para separados y separadas, también para los felizmente casados, felizmente solteros y hasta desengañados solitarios. Gallardo siempre transmite buen rollo y lo hace con elegancia y un gusto exquisito. Aunque, cuando le comenté que cada vez me recordaba más a Labanda, me contestó con un lacónico "¡Tus muertos fritos!". Por supuesto, era broma. Florentino Flórez
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