A flor de piel. Las historietas de Ana Miralles.
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De mujeres y monstruos Ana Miralles es una dibujante muy popular en el mercado franco-belga y casi una desconocida en España, su país de origen. Poseedora de un dibujo elegante, tan firme como clásico y sensual, no ha temido adentrarse en las más variadas geografías humanas. Ha viajado con sus historietas a Brasil, África o Turquía y ha ayudado a construir con sus imágenes nuevos arquetipos femeninos. Ahora tenemos una oportunidad única de conocerla un poco mejor. Esta valenciana nacida en Madrid se inició en el mundo de la historieta en los agitados tiempos de la transición, cuando en revistas de breve vida se fogueaban los autores que iban a renovar el panorama comiquero español. Estuvo en Rambla, también en Madriz y finalmente en Cairo. Por supuesto, también pasó su particular vía crucis por fanzines y periódicos, además de afinar su talento en ilustraciones para diferentes encargos. Esa primera Ana se caracteriza por la variedad de técnicas empleadas y sus peculiares cinetismos, su insistencia en el movimiento y la fugacidad. Y por la calidad y seguridad de un dibujo que, casi desde el principio, se afirma con rotundidad en la plancha y basa su firmeza en un dominio absoluto de la figura humana. Antonio Segura ya era un guionista consagrado cuando inicia su colaboración con ella, aunque quizás no muy respetado. Segura cubría el hueco dejado por artesanos anteriores. Colaborando con clásicos como Ortiz, Bermejo o Bernet, desarrollaba series cargadas de referencias a la serie B, con argumentos siempre entretenidos pero no especialmente innovadores. El modelo que él representa le aproximaba a las costas de la comercialidad, territorio que muchos autores parecían temer y del que se alejaban espantando a las masas con argumentos imposibles. Ana deseaba profesionalizarse, así que aceptó dibujar Marruecos mon amour, un primer intento que apareció por entregas en el Cairo y que nunca se ha reeditado. Antes de iniciar una segunda saga con Antonio, un editor se cruzó en su camino, lanzándole un desafío. Iban a publicar una colección erótica pero suponía que ella no se atrevería a dibujar un tebeo subido de tono. Emilio Ruiz, compañero de Ana, se encargó del guión y pronto El brillo de una mirada vio la luz. Primero en una edición a lápiz y luego en una segunda versión a color. Con este atrevimiento Ana se situó en el mapa: era la valenciana que dibujaba bien y que no temía abordar los temas más osados. Como su siguiente colaboración con Segura vendría a demostrar. Con Eva Medusa accedieron al mercado francés, consiguiendo un contrato con Glénat. Una saga formada por tres álbumes, que gira en torno a la maldición familiar que padece su protagonista, una niña inocente. Es poseída por un ente que la transforma en una femme fatale, capaz de acostarse hasta con su propio padre. Eva Medusa asegura tal placer a los hombres con los que yace que luego estos quedan impotentes, son incapaces de hacer el amor con otras hembras. Esa habilidad no asegura muchas amistades a la bella muchacha. Aunque la serie arrancó muy bien, padecieron algunos caprichos editoriales que les llevaron a concluir estas aventuras de forma precipitada en el tercer volumen. A pesar de todo, desarrollaron otra colaboración con la editorial, de nuevo con guión de Emilio Ruiz. Se trataba de una adaptación de En busca del Unicornio, una novela escrita por Juan Eslava Galán, que había ganado un Premio Planeta. Es un viaje al siglo XV, en el que acompañamos a unos expedicionarios a África, a la caza del mítico unicornio, que finalmente resulta ser un rinoceronte. La aventura es un desastre y las penalidades se suceden miserablemente a lo largo de tres álbumes. En lo formal, Ana refina su trazo, alcanzando su plenitud artística con un dibujo que consigue recordarnos a uno de los grandes modelos clásicos, Hal Foster. Tiene ocasión de poner a prueba sus habilidades en su siguiente encargo, que continua en la actualidad. Contacta con Jean Dufaux, uno de los guionistas más prolíficos del mercado franco-belga, y éste le propone una serie ambientada en Turquía, una aproximación a una de esas fantasías orientales que desde aquí observamos con curiosidad y delectación: el harén. Djinn es su llave de acceso a Bruselas. Y es que, aunque normalmente asumimos que Francia es el centro del universo, para Ana la sensación de equipo llega con sus editores belgas. La sección belga de Dargaud le ofrece un trato en condiciones y un control casi absoluto sobre su creación. El primer álbum de Djinn ve la luz en 2002 y desde entonces ha procurado mantener su ritmo de un volumen por año. Por supuesto, ella se encarga tanto del dibujo como del color, que no es un elemento menor en su obra. Como decía al inicio, a pesar de su demostrada calidad y de que ha sido editada con regularidad en España, apenas es conocida ni mencionada en los medios. Que una mujer joven como ella lleve tantos años trabajando para uno de los mercados más exigentes del mundo, codeándose con la élite del comic europeo, ya es en sí una noticia. No es el único caso en el que ignoramos las virtudes de uno de nuestros creadores, simplemente porque no se ajustan a los parámetros estéticos que el ideólogo de turno ha establecido como adecuados. Ana practica un realismo que profundiza en algunos de los problemas claves del medio, como es la plasmación visual de pasiones y sentimientos. Por el camino resuelve todos esos aspectos que en un enfoque naturalista se dan por supuestos y que no son sencillos en absoluto, de la anatomía a la perspectiva pasando por la ambientación y otros. Es una de las grandes, como podrán
comprobar si echan un vistazo a su exposición en el Solleric.
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