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Érase una vez... Hace ya algo más de una década que Linda Medley comenzó a autoeditarse esta serie. Así que podemos considerarnos afortunados porque alguien haya tenido la feliz idea de recuperarla, impidiendo que desapareciera en el limbo de tebeos interesantes inéditos en España, que no son pocos. La premisa de la que parte la autora empieza a ser familiar. Ya que los cuentos tradicionales están llenos de personajes sorprendentes y cargados de posibilidades, pueden y deben desempolvarse, embarcándolos en nuevas aventuras. Es lo que se está haciendo en Fábulas, siguiendo los pasos marcados por Gaiman en su aclamada serie Sandman, o lo que en el cine podemos encontrar en películas de animación como Shreck y similares. Pero la autora, en medio de esta oleada revisionista, consigue encontrar su propia voz. Por un lado con el dibujo. Linda tiene un estilo que transita ese amplio espacio fronterizo entre el realismo y la caricatura, con personajes muy expresivos, fondos simplificados y un entintado limpio y sintético. En lo gráfico, todo va a mejor desde el principio, los personajes son divertidos, comunican bien sus sentimientos y el blanco y negro de la obra se ve engalanado con tramados de líneas cada vez más integradas en el conjunto. Medley no evita la exposición de secuencias complejas con diálogos densos. Pero demuestra su dominio del medio narrando con aparente sencillez situaciones muy complicadas de resolver, sin aburrir al lector. Es sin duda en los contenidos donde más gratamente nos sorprende esta serie. Aunque en su arranque parece seguir esas sendas ya casi habituales, con la actualización de La bella durmiente, pronto abandona tan familiares terrenos para dedicarse al desarrollo de los protagonistas y a su construcción como personajes verdaderos, plenos de densidad dramática. Más allá de las deliciosas anécdotas que permiten que la acción avance, Castle Waiting halla su auténtica voz en el terreno de las relaciones y los sentimientos, asistimos a bodas y nacimientos y la autora recrea historias tan hermosas como la de la santa barbuda o la del herrero con el corazón roto. El tono general es siempre apacible y la atmósfera que envuelve todos los sucesos agradable. Aunque hay drama, nunca llega la sangre al río, así que resultaría sencillo acusar a Medley de cierta ingenuidad, o de una excesiva ternura en el tratamiento de sus personajes. Personalmente, considero que el tono es coherente con lo narrado, un relato en el que priman los buenos sentimientos, la amistad y el amor verdadero y al que no le falta su dosis de humor e ingenio. Llevamos dos tomos y ya esperamos su continuación. En el primero se recrean básicamente las aventuras de una princesa embarazada y su llegada al castillo abandonado de la Bella Durmiente, lugar habitado por un conjunto de peculiares héroes, entre los que destaca la cigüeña Rackham, un nada disimulado homenaje al clásico ilustrador inglés. Personaje que además protagoniza uno de los mejores y más divertidos gags de la serie. El segundo se centra en la abadesa barbuda, una monja vitalista en continua pelea con un diablillo que la acosa día y noche sin resultados. Su historia nos lleva a un conjunto de emocionantes aventuras en el circo y a unos episodios con el aire despreocupado y entrañable de los grandes relatos de enamorados y celestinas bondadosas. Cuento la parte del domador de leones gitano entre mis favoritas. Por último debo mencionar algo que me ha sorprendido. Normalmente arrugo la nariz cuando alguien me habla de una sensibilidad típicamente femenina, como lo hago cuando se cita la característica agresividad masculina o la no menos universal delicadeza homosexual. Mi posición al respecto es: o empleamos los estereotipos para todo, o debemos suponer que las generalizaciones, al hablar de personas, son delicadas. Pero la autora nos demuestra la fuerza de ciertas ideas arquetípicas. Aborda con facilidad temas tan complejos como el afecto hacia los hijos y la ternura que de ellos se desprende, o las dudas que acompañan al enamoramiento, o la felicidad que se obtiene complaciendo a los demás. Más allá de los discursos, recrea un universo en el que los detalles que nos rodean cuentan, del vestuario a la comida, pasando por el tinte para el pelo. Un universo en el que nuestros actos determinan el buen o mal humor de quienes nos acompañan y en el que la vida no tiene sentido sin ese entramado de relaciones. Así que, si existe algo parecido a
una mirada femenina, creo que la Medley la tiene, porque
me hace llegar a rincones que apenas había vislumbrado con anterioridad.
Yo se lo agradezco.
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