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Narrativa ilustrada

La ilustración y la historieta siempre han recorrido caminos paralelos y resulta difícil interesarse por uno sin prestar atención al otro. De modo que cuando me pidieron elaborar una lista que mezclara algo de narrativa ilustrada con tebeos para niños para esta semana, acepté encantado. En los últimos años se está recuperando el trabajo de algunos de los más grandes ilustradores, así que resulta relativamente sencillo recomendar unos cuantos libros. Allá van, más o menos ordenados por edades.

Chispas y cascabeles, de Ann y Paul Rand, en Barbara Fiore. Un clásico que ya no soñábamos ver traducido. Su portada aparecía en todas las monografías de Rand, uno de los popes del diseño gráfico. Y el interior no decepciona. Muy vintage.

El 2 azul, de David A. Carter, en Combel. Una auténtica obra de arte, desplegables que recuerdan el trabajo de Calder tanto por su belleza como por su desparpajo. Se supone para niños, pero lo disfrutarán los padres.

Jardín de versos para niños, de Jessie Willcox Smith, en Hiperión. Con un texto de Stevenson, nos permite disfrutar con las ilustraciones de una de las Red Rose Girls. Una recuperación maravillosa e imprescindible.

Són tremends, de Gallardo, en Samarkanda. Gallardo lleva ya años colaborando con Victoria Bermejo en la creación de cuentos para niños. Éste es uno de mis favoritos. Últimamente se dedican a los adultos, con menor fortuna.

Yo, el lobo y las galletas, de Delphine Perret, en Kókinos. Un bonito libro en el que la narración adopta formas típicas de comic, sin serlo del todo. No llega a maravilloso, pero sí muy agradable.

El libro de los piratas, de Howard Pyle, en Valdemar. Otra recuperación imprescindible. Hace ya tiempo que la misma editorial nos había ofrecido La isla del tesoro, a cargo de su alumno Wyeth. Ahora nos llega este volumen firmado por el gran maestro de ilustradores, Pyle. Las reproducciones podrían ser más grandes, pero no nos quejaremos.

El cantar de Mío Cid, de Max, en Anaya. Max continúa con sus ilustraciones para cuentos infantiles y juveniles, con el rigor y clasicismo a que nos tiene acostumbrados. La línea con la calidad de siempre y el color insuperable. Imprescindible, como siempre.

Usagi Yojimbo duelo en Kitanoji, de Stan Sakai, en Planeta DeAgostini. Un tebeo de los de antes, para todos los públicos, con un conejo samurai de protagonista. Pero no se dejen engañar, sus textos son blancos pero no estúpidos. Al contrario, es una serie excelente que mejora en cada nueva entrega.

Super Humor Rigoberto Picaporte y compañía, de Segura, en Ediciones B. La editorial sigue recuperando material de Bruguera y en esta ocasión le ha tocado a Segura. Y se mantiene tan original y divertido como lo recordábamos.

Thorgal, el sacrificio, de Rosinski y Van Hamme, en Norma. Esta serie adopta en ocasiones un tono más grave, no apto para jovencitos. Pero en general su carácter fantasioso y aventurero la convierten en una lectura atractiva y recomendable. Atención al arte de Rosinski, que sigue mutando.

Barrio 4, de Carlos Giménez, en Glénat. Otro tebeo de tono variable, que describe la infancia de su autor en el Madrid de posguerra. Esta última entrega contiene dos episodios memorables. Uno oscila entre la farsa y la tragedia y el otro, el del funeral, es de un dramatismo contenido absolutamente magistral.

Amphigorey además, de Edward Gorey, en Valdemar. Ya hemos perdido la cuenta de los volúmenes que Valdemar ha dedicado al maestro del humor negro, inspirador de Burton y compañía. Sus seguidores son legión y todos frikis. Imprescindible.

Para recordar también la recuperación de Winnieh the Pooh, en una edición que hace justicia al talento de Shepherd, su ilustrador. Y la traducción de Edward Lear que, si no me equivoco, permanecía inédito por estos lares.

Finalmente, citar la edición de Moby Dick de Debate, con ilustraciones del gran Rockwell Kent, otro de esos clásicos extraños y fascinantes, de obligada revisión.


Florentino Flórez

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