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¡Dejadme solo! Allá por los ochenta Bolland se hizo un hueco en el corazón de los aficionados con Camelot 3000, una nueva vuelta de tuerca a la leyenda de Arturo y sus caballeros, escrita por Mike W. Barr. Era una serie entretenida y sin pretensiones, que se permitía bastantes atrevimientos entre los que destacaba la relación lésbica entre dos de las protagonistas, algo muy poco usual por entonces. Allí el dibujo de Bolland volaba muy alto, con una distribución de viñetas muy experimental y que luego apenas ha vuelto a emplear. No quedó muy satisfecho con su entintador y en su siguiente trabajo él mismo se hizo cargo de los acabados. Se trataba de Batman, la broma asesina, su fallida colaboración con Alan Moore, en ese momento en la cima de la popularidad, tras el éxito de Watchmen. Luego la pista de Bolland se difuminó. Se reeditaron sus historietas para Juez Dread, publicó portadas para diferentes series y apenas volvió a realizar historietas. Sin embargo, colaboraba en la desaparecida Cimoc con una serie escrita por él, con un protagonista que parecía una retorcida caricatura suya. Cada cierto tiempo añadía a esas planchas únicas historietas algo más largas, algunas de las cuales se agrupan en este volumen, junto con las aventuras completas de Mister Mamoulian. Su dibujo es como siempre espectacular. Increíblemente detallado en las primeras historias, fresco y expresivo en las otras. Bolland tiene mucho talento y eso ya no es una sorpresa para nadie. Quizás resulta más extraño comprobar que algunas de los relatos sueltos que recordábamos, como Harry, la cabeza, no se incluyen en el volumen. Lo que le ocurre al Bolland escritor repite una pauta que encontramos en otros muchos artistas de ese periodo: Miller, Mignola, Byrne... Todos ellos tuvieron grandes carreras dentro del sistema y empezaron a flaquear al abandonarlo. En su caso, la vieja premisa de la libertad artística resulta inconsistente. Nada de lo que crearon después, libres de ataduras comerciales, fue mejor que sus anteriores trabajos. A Bolland le pasó lo mismo. Sus intentos de autoexpresión son bonitos gracias a su precioso dibujo, pero yo no soy capaz de leerlos, ni creo que nadie lo haga y menos se los tome en serio. Otro tanto podría decirse de Hellboy o Sin City. El estilo acaba con el relato. Por supuesto, hay excepciones a esta norma. Pero,
curiosamente, todas se dan dentro del sistema. Cuando Gibbons
decidió hacerse escritor, fue probando poco a poco, hasta dar con
un tono adecuado para sus relatos, sin excesivos vanguardismos. Lo mismo
Alan Davis. Cuando los autores abandonaban esos equipos creativos
para trabajar de forma independiente, lo único que conseguían
en muchos casos era liberar sus caprichos y parir obras que sólo
les interesaban a ellos, a sus familias y a los comisarios políticos
de la Semana Negra. Nada que ver con los que normalmente compramos los
tebeos. Ya saben, la chusma.
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