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Año de difuntos Semanas atrás entregábamos los Premios
Haxtur en el marco del salón Internacional del Cómic del
Principado de Asturias, en Gijón. Permiten en un rápido
vistazo revisar algunos de los mejores tebeos del año. En esta
ocasión se observa una peculiar coincidencia. Antes de nada, señalar
que este ha sido un curso extraordinariamente afortunado en cuanto a las
obras publicadas: series de gran calidad, novedades interesantes codeándose
con reediciones imprescindibles y tebeos excelentes que nos llegaban desde
los USA, Francia o Japón. Así ocurre en el último Usagi, donde dos maestros samurais deben enfrentarse en un duelo final. Y en Seton, historia cuyo momento culminante se alcanza con la muerte de la loba, compañera del animal al que se da caza durante casi trescientas páginas. Parecido final encontramos en Los leones de Bagdad. "Ese día", historia corta que aparece en Barrio 4, narra el entierro de una madre, desde la visión del hijo pequeño que no se entera de nada... hasta la última página. Una historieta de emoción contenida que vuelve a demostrar la maestría de Carlos Giménez. En fin, la muerte no deja de estar presente en Orion, la recuperada serie de Simonson, o en Gil St.André, la gran revelación francesa de la temporada. Por si todo esto fuera poco, se acaba de publicar un volumen autobiográfico donde se nos cuenta la dramática lucha de su autora contra el cáncer. El tema no es nuevo. Ya a principios de los ochenta Starlin construía una metáfora sobre la muerte de su padre en La muerte del Capitán Marvel. Allí aparecía el primer superhéroe aniquilado por la enfermedad, en un tebeo profundamente emotivo. Una década más tarde, con Frank Stack a los lápices y Harvey Pekar y su mujer escribiendo, Our cancer year se permitía una aproximación mucho más naturalista. Pekar recreaba su agonía y triunfo sobre el enemigo interior, en un álbum demasiado largo. Ahora nos llega Marisa Acocella Marchetto,
con una curiosa aproximación a estos dolorosos asuntos. No evita
ningún detalle escabroso, pero se centra en sus razones para vivir.
Aunque retrata a la muerte como un asaltante siempre al acecho, su mirada
se detiene en su encantador prometido italiano, sus espléndidas
comidas y sus suntuosos coches. Y en la envidia que ella, una enferma
de cáncer, despierta en la mitad de las modelos de Nueva York.
Ofrece una precisa descripción de su quimioterapia y nos explica
con claridad cómo su vida cambió tras el diagnóstico.
Pero también nos convence de que no se detuvo allí. Es la
crónica de una luchadora con un inteligente sentido del humor.
Para quitarse el sombrero.
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