Freddy Lombard-2
Chaland
Glénat. Barcelona, 2007.
134 páginas, 25 euros


 

 

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Historias no tan claras

En los ochenta, Chaland se convirtió en una de las estrellas del comic más brillantes y tristemente fugaces. Con treinta y tres años muere en un accidente, dejando tras de sí una obra que ya había influido en muchos creadores europeos. Fue uno de los principales representantes de lo que se denominó línea clara. Me refiero a ese estilo gráfico en el que prima el contorno, eliminando grises y tramados y favoreciendo unos dibujos cada vez más estilizados y sintéticos. Como es sabido, hoy la tendencia parece justo la contraria. Autores como Blutch o Blain se empeñan en ensuciar su trabajo, recuperando la expresividad y los trazos de los ilustradores del XIX y olvidando la pulcra carcasa gráfica que Hergé había tomado de McMannus y compañía.

Pero en su momento Chaland fue quien marcó la línea a seguir, señalando territorios que luego serían imitados por creadores tan respetados como Torres o Max. Éste señalaba sin reparos cómo, en un momento en que necesitaba cambiar la orientación de su estilo, se topó con Chaland. Le copié todo lo que pude, decía. En su caso, no resulta exagerado afirmar que le sentó muy bien, permitiendo a su trazo avanzar hacia nuevas direcciones. El caso es que tras su prematura muerte, la obra del francés ha sido mitificada sin descanso. Ahora se nos presenta en unos bonitos tomos a los que resulta casi imposible resistirse.

El primer impacto de su trabajo es muy seductor. Su dibujo es limpio y el color eficaz y revisar sus bocetos, portadas y diseños de personajes o escenarios resulta muy agradable. Pero todo cambia cuando nos ponemos a leer sus álbumes. Se ha insistido mucho en el carácter paródico de sus relatos, en cómo empleaba una carcasa de los cincuenta para darle la vuelta a las historias que contaban sus antecesores, los fundadores del comic europeo. Todo suena muy bien, pero un tebeo de aventuras al menos esperamos que sea entretenido. Y no es el caso con Chaland.

Cuando sus historietas empezaron a publicarse en Metal Hurlant y Cairo, ya resultaban bastante aburridas. Por supuesto el dibujo era bonito e incluso el planteamiento argumental prometía en muchas ocasiones. Pero invariablemente se deshinchaban, las historias titubeaban hasta derrumbarse con estrépito. Así que ante la aparición del integral conseguí resistirme con el primer tomo, pero el dibujito me hizo caer en la tentación del segundo. Quizás sea mejor de lo que recordaba, pensé.

No ha sido así. La primera historia, la ambientada en Budapest durante la sublevación contra los soviéticos, une a su torpeza narrativa un punto de vista condescendiente con la irrupción de los tanques. Los húngaros se nos presentan como una pandilla de corruptos cuyas razones para alzarse contra sus camaradas del norte apenas quedan claras. En cambio no son pocas las escenas en las que se retrata con abierta simpatía a los invasores rusos. ¿Se imaginan la misma acción ambientada en Sudamérica, con los marines como salvadores de la patria? Ni Hergé se atrevería.

En la segunda historia, más de lo mismo. Una introducción interesante para un relato que nos recuerda una reciente película de Jodie Foster, pero sin apenas desarrollo. Las motivaciones de los villanos no se explican y la escena en que la madre le pega un empujón a la niña por la que pretenden sustituir a su hija es simplemente lamentable. Es imposible entrar en los mundos de Chaland, sus personajes no acaban de definirse y sus andanzas no nos interesan. Si esto es lo mejor que podía ofrecernos, mejor nos quedamos con sus ilustraciones, olvidando las historias.



Florentino Flórez

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