Wormwood
Garth Ennis y Jacen Burrows
Glénat. Barcelona, 2008.




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blasfema que algo queda

En las últimas semanas hemos asistido a una avalancha de tebeos correctos. Llegó el tercer recopilatorio de los Macanudos de Liniers, que sigue siendo recomendable. Jaime Hernández firma La educación de Hopey Glass y vuelve a demostrar que la limpieza de su excelente dibujo es directamente proporcional a la confusión que reina en sus guiones. Arranca la reedición de Dick Tracy con un precioso volumen. El Batman Calor de Moench y Heath quizá no nos muestre a estos dos creadores en su mejor momento, pero seguro que los fans de Heath, entre quienes me cuento, encontrarán razones para disfrutarlo. Shortcomings nos permite recuperar a Tomine, uno de los creadores alternativos más respetables. Pueden echarle un vistazo a Los Exterminadores, una serie entretenida y con cierta frescura. Ordway nos muestra su talento en La amenaza roja y Lee Weeks consigue que la nueva entrega del Capitán Marvel (Invasión secreta) parezca más de lo que es. Todos estos son tebeos para pasar el rato, bien realizados pero no brillantes, si dejamos a Tracy a un lado.

Pero el otro día me topé con una de esas historietas que te devuelven la fe en el medio. Guión de Garth Ennis, por supuesto. Ha llegado otra entrega suya, 303, que tiene buenos momentos pero resulta en general más irregular. Wormwood no cuenta con un dibujante genial, pero sí es buen narrador, el final no está a la altura de las expectativas, pero nos da igual. La nueva ola de guionistas ingleses se caracteriza por su irreverencia. Algunos son unos farsantes, como Ellis o Morrison, otros son divertidos como Millar, pero a todos les gusta la provocación, forzar los límites. Y Ennis se lleva la palma.

Wormwood comienza con una pareja en la cama. Ella rechaza a su novio, que se dirige a la cocina donde lo aguarda un conejo parlante que le suelta: “¿Hoy te has quedado sin coño, eh?”. Unas viñetas más abajo el chico se presenta: “Me llamo Danny Wormwood y soy el anticristo”. Luego descubrimos que la cosa va en serio. El protagonista es el hijo de Satán y su nacimiento anuncia el fin del mundo. Pero, como casi todos los hijos, pasa mucho de los planes de papá y sólo quiere que lo dejen en paz. Uno de sus mejores amigos es Cristo, que ha vuelto a la Tierra y se ha quedado lelo tras recibir una paliza de la policía de Los Ángeles.

Toda la historieta es un continuo disparate, con viaje al Cielo y al Infierno incluido. Descubrimos cómo son las setenta y dos vírgenes que esperan a los terroristas y también cómo es el destino de los pederastas. Especialmente burras son las escenas con el Papa, un irlandés que ha hecho un pacto con el diablo. Como dice uno de los cardenales: “Bueno, acuérdate de que era, o éste, o el negro”. En una escena en que el Santo Padre y Satán bajan a las criptas vaticanas en busca de una reliquia que les ayude en sus planes de conquista y dominación, el primero se pone a estornudar a causa del polvo. Adivinen con qué se suena la nariz.

En fin, Ennis nos ofrece un auténtico festival de blasfemias en un crescendo realmente abrumador. Cuando ya parece que no se le puede ocurrir una animalada mayor, aparece Dios. Y la escena es tan bruta que no me atrevo ni a describirla. Uno supone que como buen irlandés a Ennis las monjitas o los curas le deben de haber puteado mucho en su infancia, porque su visión de la jerarquía católica es terrible, destructiva. Pero, con todo, no aborda estos temas con el desprecio masónico habitual. No trata la religión como una superstición propia de salvajes. Él siempre está a hostias con Dios, midiéndose con Él.

De hecho, hay un momento en el tebeo en que aclara su posición: respeta la figura de Cristo, alguien que viene a poner paz en la Tierra, y desprecia al Padre del Antiguo Testamento, que consiente todas las penalidades del hombre. Ennis no cree en servidumbres y por tanto se rebela contra cualquier creador que intente moderarlo. Es el indiscutible rey de la blasfemia. Pero no comete el error enunciado por Chesterton: cuando la gente deja de creer en Dios, empieza a creer en cualquier tontería.

Florentino Flórez

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