Vomitando lava
Hablar de Superman hace ya tiempo que
suena a viejo. El personaje lleva casi un siglo saltando de un medio
a otro. De los tebeos a la animación, en aquellas curiosas series
de los Fleischer. De ahí al cine, en las agradables
adaptaciones protagonizadas por el desdichado Reeves, Christopher.
Mucho antes otro Reeves, en este caso George, ya se había enfundado
las mallas en una exitosa serie para televisión, como recientemente
nos recordaba Hollywoodland, con un esforzado Ben Affleck.
Otras apariciones del personaje en la pequeña pantalla fueron
Lois y Clarck o Smallville. Y hace tan sólo
tres años volvía a saltar a los cines con Superman returns.
Esto en cuanto a los medios más conocidos, ya que también
ha protagonizado seriales de radio y un espectáculo en Broadway,
por no citar el numeroso merchandising que le ha rodeado siempre. Pero
al final, parece acompañarle una prensa similar a la que padece
otro personaje muy conocido, Mickey Mouse. A ambos se les considera
reliquias del pasado, héroes fuera de órbita, anacronismos
que ya no pueden sorprendernos y mucho menos captar nuestro interés.
Pero, como suele ocurrir con todos los personajes realmente populares,
las cosas no son exactamente así. Por supuesto, Superman
padece el hándicap de sus poderes, que lo convierten en un ser
casi indestructible, algo que no ayuda a volverlo más interesante.
Pero eso nunca ha sido un obstáculo para los escritores con talento.
Un héroe de tan larga trayectoria como éste ha pasado
por muchas etapas de verdadera sequía creativa, cuando tan pronto
lo casaban como lo mataban para resucitarlo más tarde, o se entregaban
a esas aventuras en realidades alternativas que tanto excitaban a Eco.
Pero luego también disfrutamos de la brillante revisión
de Byrne o de las sagas escritas por O’Neil
o, en la actualidad, de las aproximaciones de Sale.
Primero acompañado por su compinche habitual, Jeph Loeb,
y ahora por Darwyn Cooke. Éste último
es también un talentoso dibujante, pero hasta ahora no había
escrito nada que me hubiera llamado la atención.
No es que esta enésima variación sobre el tema de la kryptonita
sea un tebeo redondo. Hacia el final la cosa se disparata un poco, adoptando
un tono cósmico que contradice el ambiente inicial, más
intimista. Creo que el guión desaprovecha un villano muy atractivo,
pero con todo da en la diana respecto a cómo se construye una
buena historia de Superman: buscando sus debilidades. Éstas se
concretan en la famosa piedra verde, pero también guardan relación
con sus seres queridos, sus padres por un lado y su eterna novia por
el otro. Además, se parte de una duda muy bien construida: ¿cómo
sabe un hombre de acero que realmente nada puede hacerle daño?
Ese pasaje en que traga lava en ebullición, sin la certeza de
qué hará semejante brebaje en su organismo, está
realmente conseguida. También la siguiente escena, en que acude
lloriqueando a ver a sus papis para que lo consuelen.
Pero la narración no se alza sólo sobre los textos de
Cooke sino sobre el soberbio arte de un Sale
cada día más depurado. Estoy de acuerdo con el guionista
cuando comenta que el dibujo de su socio es “Ditkoesco. No que
dibuje como Ditko, sino que su trabajo es total y verdaderamente único”.
Cada vez es más cierto. Sorprendentemente en alguien que se ha
confesado daltónico, vuelve a tener un gran compañero
aplicando el color. Nunca he entendido como lo hace, pero siempre se
acompaña de grandes coloristas. Teniendo en cuenta la sencillez
y espectacularidad de su puesta en escena, no resulta extraño
que el color adquiera un protagonismo inusitado.
Un tebeo para disfrutar.
Florentino Flórez