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Cuando el comic era arte

La pasada semana perdíamos a dos clásicos del tebeo español, de características bien diferenciadas. José María Casanovas Magrí (Barcelona, 1934) colaboró con la editorial Bruguera, llegando a sustituir a Darnís en algunos episodios de El jabato. Luego, a través de la agencia Creaciones Editoriales, produjo trabajos para Alemania, Finlandia, Inglaterra e incluso Estados Unidos. También aportó su talento a series tan conocidas como Phantom o Judge Dredd. Poco de ese material se recuerda por aquí. Sin embargo, en nuestra memoria han quedado fijadas sus viñetas para las escasas adaptaciones que firmó en la colección Joyas Literarias Juveniles. Como El perro de los Baskerville, Las indias negras o Un descubrimiento prodigioso.

Aunque debo confesar que si una de sus historietas me resultó inolvidable fue su versión del clásico de Dickens, Historia de Dos ciudades, con guión de Armonía Rodríguez. Allí sorprendía su estilizado dibujo, con un entintado que le diferenciaba de muchos de sus compañeros de colección, una extraña mezcla entre el realismo y la caricatura. En ocasiones resultaba un tanto rígido, pero cuando contenía su tendencia a detallar en exceso, podía emocionarnos a todos.

José-Pepe- González (Barcelona, 1939) consiguió una mayor popularidad. Aunque también desarrolló su carrera principalmente en el mercado angloamericano, su obra más conocida gozó de cierto éxito de público. Me refiero a Vampirella, otro de cuyos creadores también moría recientemente. Pepe sustituyó a Tom Sutton, un dibujante más interesante que González, pero que no le superaba en el factor que marcó la diferencia: la capacidad de dibujar chicas atractivas. En su momento no sólo se publicaron todas las aventuras de la sexy vampira, que llegó a tener revista propia. También un recopilatorio con chistes más o menos picantes de su etapa inglesa, Pamela, y un volumen de la serie Cuando el comic es arte, editado por Toutain. Luego González se fue desvaneciendo entre portfolios dedicados a actores y actrices clásicos, de Bogart a Monroe pasando por Dean, donde hacía gala de su prodigioso dominio del lápiz. Entiendo que acabó sus días como pintor o ilustrador.

En realidad, en sus historietas siempre había una pulsión entre el dibujante tradicional con un acabado funcional pero un poco amanerado y el copista exquisito, con un gusto especial para la representación de la belleza femenina. Fue ganando el segundo y cada vez más sus páginas se llenaban de fotos copiadas sin disimulo. Recuerdo mi sorpresa al comprobar cómo las poses de una sus historias aparecían, una tras otra, en un reportaje del Playboy. Claro que lo mismo hacía Sió sin cortarse, Maroto calcaba a Foster y Uderzo y Fernández tiraba de Interviú. Eran otros tiempos, sin Internet.

No creo que González sea ese genio de la historieta española que algunos dicen. Era un artesano hábil y sus chicas ligeras de ropa sin duda han sido muy copiadas. Hasta Giménez le dedica su particular homenaje en Los profesionales. Siendo justos, sus picantes aventuras nos hicieron pasar algunos buenos ratos a todos. Pero más allá de su arquetipo de mujer exótica de rasgos levemente orientales y labios siempre fruncidos, creo que su aportación permanece a cierta distancia de los verdaderamente grandes, como Ambrós, Pardo o Víctor de la Fuente.

Florentino Flórez

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