Las calles de arena
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Sueños, muertes y recuerdos El mayor problema al que se enfrenta Paco Roca comienza casi al principio del relato. Justo cuando nos damos cuenta de que va a construir su historia dentro de un sueño. El protagonista, un personaje que siempre aplaza sus decisiones, se pierde camino de la firma de una hipoteca en el banco. Llega a un hotel donde empiezan a sucederle cosas extraordinarias. A partir de ahí, las atmósferas que respiramos tienen el aroma de Carroll, Kafka o Miyazaki. Como lector, debo reconocer mi rechazo frente a este tipo de artificios. Esos ambientes en que las situaciones son repetitivas, los comportamientos se duplican de forma obsesiva, un personaje excéntrico da paso al siguiente y lo extraordinario se convierte en habitual, me fatigan, me duermen. Que fue lo que literalmente me ocurrió intentando leer este tebeo. Pero una vez que se admiten las premisas surrealistas de Roca, sus citas a Böcklin, Piranesi o Escher son coherentes y reconozco que finalmente su galería de tipos raros es entretenida y su guión consigue momentos curiosos. Sobre todo cuando su mundo se despereza y los cambios se suceden encadenándose. Por otro lado, no dejan de fastidiarme sus citas literarias, desde los mapas que son iguales al territorio que representan hasta el ataúd salvador, pasando por otros tantos referentes que parecen colocados para que los comentaristas avispados puedan excitarse citando a Melville, Cortazar o Borges. Por otro lado su historia no carece de humor y de ideas. Como ese vampiro que, al no poder reflejarse en los espejos, encarga retratos para recordar cual es su aspecto. O ese viudo que clona a su esposa muerta a partir de unos cabellos que conserva; lamentablemente, ninguno de sus clones vuelve a enamorarse de él. O el tipo que no consigue ordenar su maleta ni salir de su habitación... y tantos otros. El conjunto de seres que habita ese hotel con forma de torre de Babel sirve al autor como excusa para reflexionar sobre la importancia de los recuerdos, la presencia de la muerte en nuestra vida o la en ocasiones débil barrera que separa la realidad de los sueños, las fantasías. A veces parece que esas sugerencias van a ser más profundas, como en el caso de la cartera que vive de entregar las cartas que ella misma escribe. Pero en general mantiene un tono ligero y una naturalidad que recuerdan un poco a Berlanga. En parte por la mezcla entre lo extraordinario y lo cotidiano, casi vulgar. También por el ambiente coral y la extraña lógica que mantiene entre tanto disparate. Su dibujo sigue mejorando y aquí el color se entona en gamas muy armónicas. Sólo podría cuestionar un cierto abuso de las sombras, que acaban tomando un inmerecido protagonismo, aportando al volumen un aire un tanto melancólico, inadecuado en algunos pasajes. Tras Arrugas, otro trabajo serio y lleno
de ideas, Roca vuelve a ofrecernos un volumen que no convencerá
a todos, pero sin duda ambicioso y bien acabado, más que respetable.
Florentino Flórez
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