Capital de provincias
del dolor
Santiago Valenzuela
Edicions de Ponent. Alicante, 2005.
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De intenciones y aciertos
Este volumen parece concluir las aventuras de uno de los héroes
hispanos más peculiares y castizos. Santiago Valenzuela
dice adiós a su Capitán Torrezno, ascendiéndolo
a coronel y dándonos otra muestra de ese talento que viene, como
es habitual en él, cargado de aciertos y patinazos.
Asistía hace días a una cena en la que uno de los invitados
defendía el valor de las intenciones sobre los resultados. Se refería,
creo, al arte, aunque seguro que hay quien ampliaría esta afirmación
al campo de la política. Recuerden las buenas intenciones de Lenin
frente al malvado Hitler. Me gustaría poder decir
que rebatí brillantemente sus argumentos, pero sería una
vil mentira. En realidad, pertenezco a esa legión de lentos que
discurren las respuestas ingeniosas al día siguiente, e incluso
en las semanas posteriores. Sobre la marcha mi intuición me llevó
a arrugar la nariz y poco más. Pensaba que ese era un principio
habitual en la modernidad, asociado a otros tan temibles como la necesidad
de exploración y la investigación de nuevas fronteras. Ideas
que ya Gombrich rebatía con un argumento a mi
modo de ver irreprochable. Si hacemos un experimento podemos acertar o
equivocarnos, al menos en ciencia. Es posible que el arte se rija por
otros parámetros, pero lo dudo. Supongamos que mi intención
es conseguir una maravillosa armonía de color y lo que obtengo
es una basura chirriante. ¿Son mis buenas intenciones lo que debe
valorar el espectador? Siempre he pensado que el arte se refiere a lo
concreto, no a generalidades. A resultados, no a intenciones.Con todo,
puedo apreciar parte de la verdad de la afirmación. Y esta última
entrega de Valenzuela es un buen ejemplo. El autor ha
creado una de las fantasías épicas más rotundas que
recuerdo haber leído en viñetas en los últimos años.
Personajes vivos, con diálogos frescos e ingeniosos, batallas trepidantes,
escenarios de maravilla, intrigas palaciegas, luchas contra tortugas gigantes
en circos romanos que tal parecen sacados de Ben-Hur... Muchos
elementos que nos remiten a un campo de ambiciones poco o nada habitual
en el comic español, que tiende más bien a lo cotidiano
y a huir de todo aquello que huela a original o imaginativo.
Pero... Valenzuela es un plasta. A mitad del relato descarga
sus disquisiciones teológicas y sus héroes se ponen a rajar
sin control, los diálogos ahogan la acción y el ritmo del
relato se desmorona hasta el desvanecimiento. He defendido el interés
de su trabajo con anterioridad. Pero dudo que vuelva hacerlo. Secuencias
aisladas del volumen son arrebatadoras, pero el conjunto es insoportable.
Y más cuando se comprueba lo lejos que podría llevarle su
fantasía, si aprendiera a controlar su logorrea.
Florentino Flórez
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