Blacksad. Alma roja
Díaz Canales y Guarnido
Norma Editorial. Barcelona, 2005

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Rojo y triste

Hace unos años un dibujante del campo de la animación nos sorprendía con un vigoroso relato sobre un gato detective. A este primer episodio de Blacksad siguió otro, donde ya pudimos comprobar que el argumento era la pieza más débil de aquel mecanismo. Debilidades que se acrecientan en esta tercera entrega, abaratando mucho el producto. Por el camino, no es que el dibujo de Guarnido haya perdido calidad, pero sí espectacularidad. Su color, caracterización de personajes y planificación siguen siendo buenas, pero ahora parece optar por una mayor contención.

Las mayores pegas que se puedan poner a la parte gráfica, como cierta exageración en los gestos que perjudica algunas conversaciones, son mínimas al lado de las carencias del guión. En general resulta confuso, mecánico y poco interesante. Llegamos al final y no conseguimos entender qué nos ha querido contar Díaz Canales. Como es habitual, realiza una metáfora de la América de los 50, en esta ocasión con el senador Gallo, un McCarthy poco disimulado, como protagonista. Caza de brujas, más todos los tópicos acostumbrados: pintor expresionista, científicos que trabajan en la bomba atómica, guionistas de Hollywood y magnates izquierdosos...

El problema es que el guionista no sabe qué hacer con todo esto. El científico tiene una trayectoria vital imposible: de hijo de un predicador en New York a científico nazi para luego pasarse a los aliados y acabar en el proyecto Manhattan. Si alguien lo entiende que me lo explique. El comportamiento del magnate también resulta forzado. Sabemos que da fiestas para comunistas y al instante siguiente ya está traicionándolos.
Todo resulta apresurado y esquemático y, si no fuera por la presencia del privilegiado dibujo de Guarnido, seguramente no estaría perdiendo el tiempo con algo tan maniqueo. Porque finalmente ese es el problema. El maccarthismo es una de esas excusas recurrentes para machacar a los USA. Si de paso denunciamos la colaboración de ex-nazis en el gobierno y la persecución de exiliados de la guerra civil española, mejor que mejor. Así se completa un cuadro.

Un cuadro en el que, por cierto, nunca se cita la importancia de la Guerra de Corea en el éxito de las proclamas de McCarthy o lo breve que resultó su carrera. El senado lo cesó en el 54 y murió en el 57, por causas relacionados con el alcoholismo, destruido y casi olvidado. No fue ajeno a su caída el entonces presidente Eisenhower quien, años antes, ya había empezado a corregir las causas reales de la paranoia anticomunista, como era la infiltración de espías en las más altas esferas del gobierno. Y es que haberlos, habíalos. Pero seguro que eso es otra historia.
Florentino Flórez

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