La mansión de los Pampín
Miguelanxo Prado
Norma editorial. Barcelona, 2005.

Viñetas
La temida sustitución de Planeta por Panini en el terreno de los comics Marvel apenas parece haber tenido consecuencias. Los primeros números del cambio han conservado muchas de las características de la edición anterior y para los despistados como yo apenas se aprecian diferencias. Además ya nos han regalado alguna sorpresa agradable, como el Punisher-Lobezno dibujado por el impecable Weeks. Mientras, confiamos en que Planeta sepa encontrar nuevos rumbos y este desembarco editorial se traduzca en una mayor variedad y competitividad en un mercado que llevaba varios años medio apalominado. Estamos a la espera.


© 2003 El Wendigo. Todos los derechos reservados
El © de las viñetas pertenece a sus respectivos autores y/o editoriales.

Todo va mal

La última entrega del dibujante gallego Miguelanxo Prado nos muestra, en clave de farsa, qué le ocurre a una familia de pobres urbanitas cuando intenta sacar algún provecho de una casita recién heredada en el campo. Todo empieza mal, ya que en el reparto eligen el lote equivocado, y sigue peor, cuando descubren que la propiedad es una auténtica ruina. Intentan deshacerse de ella y se topan con el constructor local, un buitre que intenta estafarlos. Luego al protagonista casi se le cae el pelo por intentar arreglar la chavola por su cuenta. Las cosas empeoran cuando descubre unas ruinas celtas, finalmente sin valor alguno. Para rematar venden su terreno al alcalde, que recalifica la parcela obteniendo pingües beneficios.

Según comprobamos en los créditos la edición original estaba patrocinada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia, así que no resulta extraña esa preocupación general sobre el deterioro de nuestras zonas rurales, que preside la obra.

Pero, más allá de la denuncia de hechos cotidianos distorsionados hasta la caricatura, planea sobre todo el trabajo un aire catastrofista digno de algunas reflexiones. Siempre he pensado que nuestra relación con el campo, tierra de origen de nuestros padres o abuelos, es casi tan esquizofrénica como la que mantenemos con el Amazonas y lugares similares, a los que nos empeñamos en mantener vírgenes, ajenos a los delirios del progreso que, según parece, han destrozado nuestra civilización. Así, reivindicamos un conjunto de virtudes perfectamente románticas, de lo pintoresco a lo natural, pasando por lo ecológico y lo rural. Si para ello los sufridos habitantes de esas zonas deben seguir viviendo en chozas inmundas o en condiciones insalubres, qué se le va a hacer. Aquellos que no participan de esta filosofía reaccionaria son presentados como ignorantes, horteras y codiciosos, tipos con muy mal gusto, incapaces de comprender la belleza que les rodea. Autovías no, por supuesto.

Entiendo que el asunto es demasiado complejo como para reducirlo a una caricatura y que, al hacer esto, no ayudamos en absoluto a su resolución. Pero ese no parece el problema de Prado. En su mundo todos los personajes han sido ya juzgados y el veredicto es de culpabilidad. El marido es culpable por pusilánime, también su mujer por codiciosa, el constructor y el alcalde por corruptos, los funcionarios por burócratas, los hijos por tarados, los policías por fascistas... No se salva ni el tato. Y, al condenarlos desde su alta estatura moral, consigue que todo lo que nos cuenta no nos interese en absoluto. Al fin y al cabo, no se leen las historias para recibir lecciones de política sino más bien lo contrario, pistas para entender al otro. Hemos perdido el paraíso, sí, pero no ese soñado por unos pocos a costa de la mayoría. No hablo de mundos perfectos e inalcanzables sino de espacios mucho más cercanos. El Calabuich de Berlanga, el Barrio de Giménez, la Avenida Dropsie de Eisner, el pueblecito irlandés de Wayne y Ford, o el de Jimmy Stewart imaginado por Capra. Cuando ya no somos capaces de concebir el bien ¿qué nos queda? Miseria, sólo eso. Pues que les aproveche.

Florentino Flórez

Artículo Anterior


Índice

Artículo Siguiente