Remains
Steve Niles y Kieron Dwyer
Recerca editorial. Palma, 2005.
Viñetas
Nuevas entregas de dos clásicos europeos. Por un lado Jodorowsky,
que llega al tercer volumen de los Tecnopadres. Si alguien
me contara el argumento de esta historia probablemente no entendería
nada. Pero Don Alejandro mantiene su toque y el relato nos engancha
con su peculiar mezcla de humor negro, brutalidad y misticismo pasado
de rosca. Tan especial como siempre.
Pocos elogios podría ya añadir a la labor de Van
Hamme. Acompañado por el sensacional Rosinski
nos ofrecen un nuevo episodio de Thorgal, serie que ha vuelto en sus
últimas entregas al nivel de sus mejores momentos. Si ya en El
Bárbaro aplaudimos su renovado vigor, en esta Kriss
de Valnor confirma los augurios más optimistas. El que tuvo,
retuvo. Impresionante.
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LA RESURECCIÓN DE LA CARNE
Drácula y los vampiros en general
tenían un innegable encanto romántico. El hombre lobo,
Frankenstein, el monstruo de la Laguna Negra, Godzilla...
Todos los monstruos clásicos mantenían cierta dignidad dentro
de sus desgraciadas vidas. Pero la modernidad nos ha legado unos villanos
rematadamente nihilistas, ante los que el espectador no puede identificarse
de ninguna manera. Tan sólo asustarse o asquearse, o ambas cosas.
Me refiero a los psicópatas, desde el canónico Norman Bates
hasta Henry, asesino cuyas andanzas rellenaban la cinta posiblemente más
desagradable que se haya filmado nunca. Y los zombis, que son como psicópatas,
pero más primarios.
En los dos casos, la figura que inspira terror hace avanzar la acción,
pero casi no forma parte del drama. Tiene más de elemento de escenario
que de protagonista. Excepto cuando las últimas vueltas de tuerca
intentan convencernos de que el malo es además una figura carismática,
como en la saga del doctor de los corderos.
Desde luego, esa no parece la intención en estas dos entregas tebeísticas
sobre zombies. Han coincidido en las librerías de forma sorprendente,
ya que no es un género especialmente habitual en el medio. Y los
acercamientos de sus creadores, los guionistas Kirkman
y Niles respectivamente, son similares. Los no muertos
son familiarmente tontos, ocupados en conseguir su diaria ración
de carne fresca. El interés se desplaza hacia los vivos, empeñados
en sobrevivir, mientras a su alrededor todo parece haberse ido por el
retrete.
En el caso del tebeo de Kirkman, titulado Los Muertos Vivientes,
se bebe directamente de las fuentes zombi-apocalípticas. Los vivos
son como colonos en tierra hostil, empeñados en llevar una vida
normal, pero rodeados por la locura y la violencia. Casi un western, en
la medida en que Mad Max también lo era.
La opción de Niles es más salvaje. Los
protagonistas permanecen atrapados en Reno, sitiados por masas de descerebrados
sin estilista. Aquí el interés se desplaza hacia las malas
relaciones entre la pareja de héroes. Él, un empleado de
poca monta; ella, una camarera con muy malas pulgas. Al final no se sabe
si es peor el infierno de fuera o el del interior de la casa.
Ambos relatos vienen sazonados por el adecuado dibujo, con pestilentes
detalles gore, que agradecerán los seguidores de Romero
y compañía. No hay queja posible: son las reglas del género.
Sólo para paladares exquisitos.
Florentino Flórez
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