EL VALS DEL GULAG Viñetas
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UNA MIRADA AL ARCHIPIÉLAGO Esperaba con impaciencia este nuevo álbum de Pellejero. Hace un año, mientras preparábamos su exposición aquí en Palma, ya estaba aplicando el color en algunas de las planchas. Sabíamos que Lapiere, el guionista francés, volvía a contamos una historia sobre el bloque soviético, en esta ocasión encuadrada en pleno imperio y no en uno de sus satélites, como en Un poco de humo azul. Esa anterior colaboración, sin ser redonda, permitía que abrigáramos muchas esperanzas. No todas se han cumplido. Como es habitual en él y todos los que vieron su muestra en el Solleric pudieron comprobar, Pellejero no decepciona. Los guiones que ilustra serán mejores o peores, pero su calidad siempre queda fuera de toda duda. Aquí mantiene esa línea gruesa que caracteriza sus últimos trabajos, la simplicidad del dibujo y un color cargado con las texturas de Malka, muy adecuadas al terroso entomo siberiano en que se desarrolla la acción. Quizás la reproducción no es todo lo buena que debiera, porque en más de un caso tenemos la sensación de que los tonos más oscuros se comen al negro, que parece más bien gris. Nimiedades aparte, Rubén se confirma como uno de los grandes de este país, con un dibujo emocional y expresivo que alcanza por igual a personajes y fondos, y un color narrativo y hermoso. Impecable. No puedo decir lo mismo del relato. Todo el arranque es agradable, si puede hablarse en estos términos dado el tema que trata. Seguimos con interés las peripecias de esa joven revolucionaria que un día ve cómo su marido es engullido por el estado y deportado a Siberia. Compartimos su desesperanza y ansiedad, a la vez que nos felicitamos porque parte de los horrores soviéticos empiecen a encontrar un hueco en la imaginación de los creadores. Algo que considero ya no bueno sino necesario, para que los europeos comencemos a tener una idea algo más clara de nuestro destino compartido. La cosa marcha hasta que la mujer se encuentra con algunos de los que consiguieron salir de los campos. Ahí la historia comienza a enfangarse. En toda la primera parte tenemos un narrador claro, como es la protagonista, esa mujer desesperada que llega a dejar solos a sus hijos para encontrar algún rastro de su marido, injustamente condenado. Pero luego esa voz se desplaza hacia la de los compañeros de fatigas del marido, hacia sucesos compartidos por unos y otros y la heroína, a la que hemos seguido durante más de cuarenta páginas, casi desaparece. Ya no es sólo un problema estructural, de voces que se van sumando para hacer avanzar el relato. Es que, además, la anécdota central, que da título al volumen, resulta un tanto banal, especialmente cuando la comparamos con otras descripciones de los campos, como las que encontramos en Solzhenitsyn o en Kapuscinski. Al lado del horror absoluto que estos nos describen, las peripecias de la madre buscando a su niñita perdida, la verdad que nos saben a poco. En conclusión, se nos ofrece un arranque muy prometedor, rematado de forma confusa y anticlimática. La verdad, esperamos algo mejor y confiamos en que
haya una nueva colaboración de ambos autores. Más afortunada,
si puede ser. |
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