Si te he visto no me acuerdo.
Jordi Labanda
R. M. Verlag, S.L. Barcelona, 2005.
Viñetas
Las pasadas vacaciones de Semana Santa tuve la oportunidad de pasar
unos días con un conocido autor americano sobre cuya obra preparamos
una importante exposición en el Solleric para septiembre. Ya
hablaremos de su trabajo más adelante. Permítanme ahora
que comente algo sobre su colección de originales clásicos,
que incluye a Wood, Williamson, Prentice, Raymond o
Foster. Sobre todo, poder acercarse a alguno de los
originales de éste último es casi como una iluminación.
Tenía colgada una de las planchas de Tarzán,
que era maravillosa. Pero se quedaba en nada ante otra de El Príncipe
Valiente, una auténtica obra de arte de cuya contemplación
aun me estoy recuperando. De enorme tamaño y prodigiosa sencillez,
resulta casi indescriptible.
Por cierto, se anuncia reedición a cargo de Planeta.
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reservados
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Como Dios manda
Todo el mundo odia a Jordi Labanda.
Los ilustradores comentan que se parece a aquel que publicaba sus chistes
en aquella revista de cotilleo de los setenta. Los estudiantes, que lo
han visto en una conferencia o en una entrevista en la tele y es un capullo
arrogante. A nadie parece caerle bien este tipo que ha hecho del pijerío
un arte y de su trabajo una moda. Porque sin duda ustedes habrán
visto sus libretas, bolsos, agendas o bolígrafos. O sus dibujos
para revistas de tendencias y su línea de camisetas. Es el chico
de moda y ahora se recopilan los chistes que semanalmente publica en un
suplemento dominical.
Y, no puedo evitarlo, a mi sí me gustan. Reconozco el aire retro
del dibujo y sus limitaciones con la figura. Admito que el humor de alguno
de sus gags es excesivamente cool. Su mundo, declaradamente burgués
y fashion. Pero...
Admiro que mantenga la gracia del acabado manual, con sus colores planos
y sus brochazos, con sus exhibiciones técnicas y su falta de perfección,
con su desparpajo. Me complacen sus gamas de color, sus espacios minimalistas
y sus arrebatos barrocos. Me agrada el aire retro y su desfachatez a la
hora de fusilar de aquí y de allá, sin mayores preocupaciones
en cuanto a elaborar un estilo propio ¿Es que alguien lo tiene?
Me fascina que haya puesto sus ilustraciones de moda, que se haya convertido
en un artículo de consumo. Considero eso necesariamente bueno en
este país, donde apenas un puñado de dibujantes goza del
reconocimiento público.
Por último, me gusta su mundo. Frívolo, moderno, pijo, exclusivo,
decadente, capitalista o como lo quieran llamar. Pero real. Me conmueven
esas pequeñas anécdotas sentimentales que intercala entre
sus comentarios sociales, me enternecen esos personajes capaces de cualquier
cosa para estar a la última y me fascina que sea precisamente alguien
como él, quien mejor esté retratando parte de lo que ha
pasado en este país. Con chistes como el de la niña que,
apoltronada ante la tele con su paquete de palomitas, le suelta a su madre
que no piensa ordenar su cuarto, porque es el día de la mujer trabajadora.
O aquella otra que, aferrada a su traje del Corte Inglés, le argumenta
a su progenitora: "si tú hiciste la comunión vestida
de progre, es tu problema, porque yo pienso hacerla como Dios manda".
O el de las que se tuestan al sol en lo que podría ser una terraza
ibicenca, mientras una de ellas comenta: "te cambia la vida el día
que te das cuenta de que puedes ser progre y estar forrado".
Su trabajo es ligero y bonito y carece de la trascendencia de muchos de
sus colegas. Pero es esa misma falta de pretensiones la que me conmueve
y me divierte. Además ¿cuántos dibujantes pueden
presumir de que les ha escrito el prólogo Martina Klein?
Nada que ver con Naomi, por cierto.
Florentino Flórez
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