Pyongyang
Guy Delisle
Astiberri Ediciones. Bilbao, 2005
Viñetas
La semana pasada se entregaban en Sa Nostra los premios de Art Jove
en la categoría de comics. Un año más, Guillem
March, colaborador de este periódico, ha vuelto a ganar. También
obtuvieron premio unas inteligentes tiras sobre un joven Lovecraft y
Tomeu Morey, con su poético dibujo. Quiero señalar la
presencia de algunos interesantes finalistas, como Selui, que mejora
año a año, Sanna, con un dibujo cada vez más profesional,
o María Piña, una brillante creadora que se echará
a perder si ninguna editorial es capaz de apreciar la fuerza de su trabajo.
Una estupenda cantera con un futuro incierto, dadas las pocas posibilidades
de desarrollo profesional que rodean a los dibujantes de las islas.
Respecto al ganador, subrayar su calidad en todos los terrenos: guión,
color, narrativa y dibujo. March demuestra un dominio del medio que
lo coloca muy por encima de autores más conocidos. En mi opinión,
es uno de los grandes de este país. Y si no, al tiempo.
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Paraíso Comunista
De un tiempo a esta parte asistimos a lo que
es casi el nacimiento de un nuevo género, los tebeos-documento.
Aquellos en los que se desarrollan argumentos más cercanos al documental
o al ensayo que a la ficción. Podemos recordar los sobrevalorados
trabajos de Sacco, contando sus experiencias en Gorazde
o Palestina, las memorias de un ex-combatiente de la IIGM en
La guerra de Alan, parte del material de la iraní Trapani,
entre otros. Por supuesto, hay antecedentes, como la colección
dedicada a explicar biografías y temas diversos por medio de viñetas,
en la que sobresale la entrega de Crumb dedicada a Kafka,
o los panfletos de Rius. También los comics autobiográficos
de autores tan diversos como Eisner, de nuevo Crumb,
o Giménez. Pero cada vez son más numerosos
y, en ocasiones, interesantes, como esta muestra de Delisle.
Su modelo es la guía de viaje. Como encargado de una producción
de dibujos animados, se ve obligado a vivir una temporada en Pyongyang,
capital de Corea del Norte. Allí toma nota de todo lo que llama
su atención y con ese material fabrica este curioso volumen. Cuenta
más la acumulación de datos dispersos que la construcción
dramática o el aporte de información que contextualice esos
sucesos. Pero, en este caso, lo que se nos explica es tan sorprendente
y brutal, que poco más necesitamos para percatarnos de la inhumanidad
y escandalosa irracionalidad del régimen de Kim Jong-Il.
El dibujo es sencillo, funcional, y la narrativa se basa en el empleo
de constantes textos de apoyo, la voz en off del protagonista que explica
y a veces amplía el marco de lo que sucede. Aquí la gran
baza es el interés por un país del que apenas llegan noticias
a los medios de comunicación. Aunque, dadas las constantes tropelías
del régimen, tiene todas las cartas para ocupar portadas un día
sí y otro también. Así que cualquier nuevo dato es
recibido con entusiasmo, al menos por lo que a mi respecta. Siempre me
ha resultado curioso comprobar cómo los muertos y los explotados
parecen menos interesantes cuando el culpable de sus desgracias es un
norcoreano, africano, chino, vietnamita o... lo que se les ocurra. Si
el tío Sam no anda por medio, difícilmente nos preocuparán.
Quizás es debido a que la libertad de prensa aparece únicamente
con los americanos, pero no me atrevería a afirmar tal cosa.
Corea del Norte acumula varios millones de muertos de hambre, a los que
podemos sumar ejecuciones públicas, campos de exterminio y toda
la panoplia habitual en los paraísos comunistas. Es de agradecer
la aparición de documentos como éste, que nos acercan a
esas otras realidades de las que nos ocupamos tan poco. En ese sentido,
Delisle peca en ocasiones de cierta frivolidad, algo
habitual cuando se trata de criticar a los compañeros de viaje.
No creo que nadie se atreva a hacer bromas sobre el pueblo palestino,
iraquí o afgano. Su opresión es cosa seria. Pero cuando
hablamos de dictadorzuelos de izquierdas, la cosa cambia. Fidel,
bueno, no es tan malo, Chaves canta bien, etc. En cuanto
a Kim Jong-Il, sí, es un dictador, pero el problema
del protagonista es otro: no le cambian el menú en toda la semana
y la mesa tiene el mantel mojado. Por supuesto cuenta otras cosas, algunas
muy serias, pero no puedo evitar esa sensación de desdramatización,
que entiendo como herramienta narrativa, pero que también, en no
pocas ocasiones, sirve para justificar las vigas en los ojos ajenos, mientras
clamamos contra la paja en el propio.
Tampoco me explico mucho la definición de Corea del Norte que se
hace en la contraportada, como "el último paraíso del
estalinismo". Va entre comillas, supongo que para indicar que debía
poner comunismo. Porque ya les vale de echar las culpas al pobre padrecito.
Ni que los otros hubieran sido santos varones.
Deslices aparte, un material altamente recomendable.
Florentino Flórez
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