El viajero de la tundra
Jiro Taniguchi
Ponent Mon. Rasquera 2006
|
El cementerio de las ballenas
Los japoneses continúan sorprendiéndonos
con su capacidad de trabajo. El pasado año Taniguchi
nos brindaba varias obras excepcionales, como El olmo del Cáucaso
y K. Sumaba así nuevas cimas a su ya abultada lista de
tebeos recomendables, entre los que podemos destacar El Almanaque
de mi padre y Barrio Lejano. Ahora nos llegan no una, sino
dos nuevas entregas de su talento, agrupadas en dos bonitos tomos que
pasan de las doscientas y trescientas páginas respectivamente.
Así que ya podemos afirmar que, al menos, perezoso no es el muchacho.
El rastreador recupera el interés demostrado por los alpinistas
y las montañas en K. No alcanza las alturas dramáticas
de aquella, pero no deja de ser una simpática variante de Tarzan
en Nueva York y aventuras semejantes. En este caso, el escalador
rastrea por la gran ciudad la pista de una chica desaparecida, en un peculiar
relato de honor y voluntad. Entretenida y, a ratos, con aires a lo Hardcore
un mundo oculto, aquella peli en la que George C. Scott se sumergía
en el submundo urbano para encontrar a su hija, a quien había visto
en un film porno.
El viajero de la tundra agrupa un irregular conjunto de relatos,
en los que Taniguchi nos muestra, por un lado, su respeto hacia los mayores
y por el otro, su relación espiritual con la naturaleza, aspectos
ambos que ya había expresado en anteriores trabajos. Aquí
quizás no alcanza la intensidad que acostumbra, pero como siempre
el balance es muy alto. Destacaría El páramo blanco,
su adaptación de un relato de London, que ya había
convertido en viñetas Usero en el Cimoc, con menor
fortuna. Kaiyosejima tiene ese tono agridulce, entre la nostalgia
y la pasión, tan difícil de alcanzar. Y, por supuesto, Regresar
al mar, un auténtico poema marino, una historia sencilla y
que ya hemos leído mil veces, pero contada con el entusiasmo de
la primera vez.
Es importante para Taniguchi esa sensación de
pérdida que caracteriza parte del discurso contracultural. En su
caso, viene teñida con el aroma de lo tradicional. Su ecologismo
nace de la misma fuente que su mirada siempre tierna hacia los mayores.
Es una cuestión trascendente, de respeto hacia quienes nos han
cuidado y amado, que equivalen a ese entorno que ya estaba ahí
antes de que llegáramos y cuya permanencia debemos asegurar. Una
visión religiosa que consigue alcanzarnos con su sinceridad.
Florentino Flórez
|