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Raro, muy raro Últimamente se ha publicado material de dos licenciados en la célebre escuela de comics de Kubert. Uno es Rick Veitch y el otro Tim Truman, a quien conocimos bastante bien en los noventa pero del que hacía mucho que no sabíamos nada. Veitch, en cambio, es casi un perfecto extraño por aquí. Se supone que colaboró con Moore en La Cosa del Pantano y Miracleman, pero a quienes recordábamos eran a sus amigos Bissette y Totleben. Luego él se quedó escribiendo la Cosa y llegaron noticias de una polémica historia con Jesucristo, que marcó su salida de la serie. Permanecía en esa nebulosa de autores de los que se oye hablar y cuya calidad está por confirmar. La Editorial Norma se ha animado a traducir tres de sus proyectos: El Maximortal, El Uno y Los Niñatos. Y ahora sí que podemos hacernos una idea del talento de Mister Veitch. Porque lo tiene, sin duda. Esta trilogía supone una reflexión muy de los noventa sobre los superhéroes, con atrevimientos que ahora llaman mucho la atención, pero que tenían sentido en los tiempos del Señor de la noche y Watchmen. El dibujo ya nos informa de lo que podemos esperar del texto. Pasa de zonas muy controladas, con innegable fuerza, en las que sentimos la presencia del maestro Kubert, a otras de una torpeza inaudita. Kubert también está presente en otra de las virtudes de Veitch: su interés por la narrativa. Se equivocará, pero al menos lo intenta. Juega con las viñetas, altera las fórmulas narrativas experimentando con los textos, emplea recursos tomados de otros medios, como esa especia de entrevistas que incluye en El Uno, etc. Ahí también es hijo de su tiempo y notamos sus esfuerzos por encontrar herramientas ajustadas a lo que cuenta. Pero, al final, algo falla. Veitch
es muy imaginativo y en todas sus entregas incluye elementos que nos interesan.
Puede ser la parodia homosexual de Los Niñatos, el delirio
psicodélico de El Uno o el desparrame escatológico-político
del Maximortal. Sus mezclas de ficción y realidad resultan
a menudo eficaces, como toda la secuencia de la bomba atómica sobre
Hiroshima, que es en realidad un enano extraterrestre que emite energía
por los ojos cuando se le irrita rebozándolo en mierda. Hace honor
al apodo de Little Boy y pende de una cuerda que permite recogerlo después.
En esa misma historia, la narración en paralelo de las aventuras
de ese Superman psicotrónico, esa suerte de San Cristobal cósmico,
con las penalidades de dos dibujantes que se parecen mucho a los creadores
reales del mítico héroe, alcanza momentos realmente interesantes. Ni uno solo de los tres relatos que hemos podido leer tiene un final a la altura de las expectativas creadas. Todos acaban tornándose incomprensibles y, en lugar de navegar por sus sugerentes atmósferas hacia una conclusión lógica, el autor naufraga entre delirantes parrafadas que no nos llevan a ninguna parte. Veitch es un creador con mucha
inventiva, pero no remata bien. Al menos, en estas historias. Pero si
les gustan las experiencias fuertes y los mundos bizarros, es su hombre.
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