Macanudo
Liniers
Reservoir Books. Barcelona, 2006.



 

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¡Sos lo máximo!

Liniers, el dibujante argentino cuyas tiras se agrupan ahora, viene arropado por dos padrinos de excepción. Por un lado su compatriota Maitena, que le escribe el prólogo y que ya es lo suficientemente conocida y admirada por aquí como para constituir una buena referencia. Y por el otro Juanjo Sáez, que ha declarado públicamente su veneración por el pibe. Aunque Liniers se suma a una ya larga lista de humoristas argentinos, en cuya cima deberíamos situar a Quino, no sólo por su popularidad sino por otras muchas razones, considero que su humor está más cerca del español que de sus compatriotas.

Al igual que Sáez, nos ofrece una combinación difícil de armonizar: ternura y absurdo a partes iguales. Los resultados de tan extraña mezcla son descacharrantes y de una comicidad que nos alcanza con eficacia y contundencia. Su dibujo es rechoncho, de colores suaves, elaborado y blando y cercano a los cuentos infantiles en los tiempos de Tim Burton. Es más que suficiente para conseguir sus propósitos, que no son son otros que hacernos reír y, en más de un caso, reflexionar sobre el sentido de la vida y el propio lenguaje que emplea para comunicarse con nosotros.

En efecto, no son raros los chistes que juegan con las limitaciones de la tira, aquellos en los que los personajes ven las líneas entre viñetas, se sienten atrapados en el limitado espacio donde se ubican o son conscientes de los textos que les rodean, provocando efectos tan cómicos como el de la tira con la cuenta atrás. A Liniers también le gusta forzar las limitaciones espacio-temporales de su medio de expresión, multiplicando las viñetas, jugando con su disposición o planteando elipsis imposibles.

Pero esas experiencias metalingüísticas son tan solo otro chiste más en el conjunto de un trabajo que esencialmente busca nuestra sonrisa y recurrirá para ello a todos los medios a su alcance, mezclando hombres y animales, inventando personajes y desbordando sus límites. Basta enumerar algunas de sus ocurrencias para que nos demos cuenta de que estamos ante un humor arrollador e ingenioso, a la vez que próximo y sentimental, cercano al espíritu de esos chistes breves y archisabidos que, de puro malos, nos hacen reír.

Como la historia de Reyes, el hombre sin poder de concentración, quien, después de tres viñetas mudas reflexionando ante un tablero de ajedrez, musita: poker. O el de ese pingüino que, ante un enorme grupo de miembros de su misma especie entre los que sobresale de forma llamativa una llama, pregunta: ?quién fue el gracioso que acaba de escupirme?

O todas las tiras protagonizadas por Enriqueta y su oso Madariaga. O sus maravillosas gallinas. O las repetitivas pero siempre tiernas historias de Z-25, el robot con sentimientos. O el absurdo relato del bicho extraño que un día se sentó en la ventana del living.

Hay algo dulce y freaky en el universo de Liniers. Su realidad está distorsionada por un filtro que no en vano nos recuerda a Fellini, autor que da nombre al gato que acompaña a Enriqueta. Es un mundo amable de payasos, bestias inteligentes, afecto y soledad, que queda expresado en esa tira en la que dos parejas se aproximan flotando en el aire. El texto nos informa de que son perfectos el uno para el otro, nos habla de sus aficiones compartidas, nos dice que están a punto para darse un beso e iniciar una vida en común... Y, de repente, pasan de largo.

Aunque, desde luego, mi favorito es el chiste con las chicas del equipo de natación sincronizada.

Florentino Flórez

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