City of tomorrow! © 2003 El Wendigo. Todos los derechos reservados El © de las viñetas pertenece a sus respectivos autores y/o editoriales. |
¡Me encanta el cerdo! Hay gente que parece haber nacido con un destino preestablecido. A Chaykin le tocó ser el bocazas de la clase. Como él mismo nos confesó en Gijón, alguien tenía que hacer el trabajo sucio. Profesionalmente, esa actitud ha sido bien recompensada. Howard lleva años siendo eso que llaman un autor rompedor, un iconoclasta, un enfant terrible, el mayor tocapelotas del reino. Tuvo dos buenos maestros, Gil Kane y Neal Adams, a los que describía como dos hijos de perra con quienes aprendió mucho. En persona Chaykin es ingenioso, divertido, buen polemista y un verdadero amante de su profesión, aunque también mantiene otras pasiones, como la ilustración y el jazz. Los frutos de su trabajo despiertan emociones encontradas. El mejor Chaykin es provocativo, contestatario, sorprendente y audaz. Capaz de urdir renovadas tramas que demuestran la perfidia del sistema en el que trabaja, el fascismo subyacente en nuestra sociedad, pero también disparates sexuales que dan rienda suelta a sus fantasías con lencería de encaje y feladoras insaciables. El límite en su faceta sexy lo marcó con Black Kiss, un tebeo con vampiras transexuales y perversiones que incluían mucha sangre derramada y coitos en el depósito de cadáveres. Todo ello en el entorno hollywoodense que le fascina, con héroes pulp y heroínas de calendario. En su vertiente política, citaría BlackHawk, una revisión de un grupo clásico, que aprovechaba para desbarrar sobre sus obsesiones ideológicas habituales. Chaykin es un provocador, desde los temas hasta los modelos narrativos, que estira siempre hasta el extremo de sus posibilidades. Para entenderlo mejor creo que debemos remitirnos a su origen judío, del que se burlaba cuando le informábamos que algunos de los platos asturianos que iba a degustar contenían el infame animal. Me encanta el cerdo, afirmaba con alegría mientras se zampaba sus raciones. Pero, al final, eso es lo que es, un bebé judío con pañal rojo, en palabras de Tom Wolfe. Yo creo que es quien mejor ha descrito esa actitud ambivalente de los judíos, marginados entre los marginados que consiguen encontrar su hogar en los Estados Unidos. Pero que, pasados los años, no olvidan las penalidades padecidas y se mantienen en guardia. Eso explicaría ese componente liberal, tan arraigado en la comunidad judía. El padre puede haber llegado a ser millonario, pero no es raro que el hijo milite en algún partido radical. Y algo de eso ocurre con Chaykin. O con el también sobrevalorado Spiegelman. Aunque no puede decirse que les haya ido mal, más bien al contrario, ambos han sido mimados por una crítica siempre dispuesta a dejarse seducir por todo aquello que resulte raro, diferente y ofenda a las masas. Chaykin no llega a los extremos de Art pero, en ambos casos, cuanto más sacrílegos, respondones, antisistema y provocadores resultan, más sentimos el origen cultural que explica ese humor capaz de burlarse de lo más sagrado, de las situaciones más penosas, siempre dispuesto a reinventarse para sobrevivir. El problema es que en arte no basta con ser el más listo de la clase. En sus mejores momentos vemos lo que podía
haber sido: un tipo capaz de ofrecernos la cara sucia del mundo que conocemos.
Y de hacerlo, además, con la desfachatez y el humor que demostraba
en algunas de sus entregas para Batman, que cuento entre lo mejor
de su producción. En lugar de eso, se ha quedado con lo que se
esperaba de él: mucho cinismo, frases ingeniosas y réplicas
supuestamente chistosas, chicas en actitudes provocativas, acción
y bromas sexuales estilizadas hasta la caricatura. En City of Tomorrow!
vuelve a recorrer el imaginario que le caracteriza, ofreciéndonos
más de lo mismo. Supongo que los que aplaudían algunas de
sus obras, como American Flagg, se sentirán cómodos
en esta revisión psicotrónica de Las viudas de Steppford,
en la que ni siquiera nos ahorra algunas bromas freudianas y su protagonista
estandard resulta más duro y cuadrado que nunca. Pero no es suficiente. Florentino Flórez
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