Conan y las canciones de los muertos
John R. Lansdale y Timothy Truman
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2007.
118 páginas, 12’5 Euros.

 

 

 

 

 

 

 

 

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El simpático virginiano

Hacía casi dos décadas que no se publicaba algo de Truman. En 1991 premiábamos con un Haxtur a la mejor Historieta Larga su espléndido trabajo en Hawkworld. También nominamos una de las portadas para su serie Scout. Luego le invitamos a Gijón, donde acudió acompañado de su encantadora mujer, Beth, y demostró que si su obra era grande, él lo era aún más. Incluso llegó a componer un himno no oficial para el Salón, Heroes of Gijón, ya que su otra reconocida pasión es el rock and roll.

Se había publicado en parte su serie Scout, donde su natural talento ya brillaba sin pulir del todo, y después nos llegó Hawkworld, donde asimilaba las lecciones aprendidas con el maestro Kubert y sus acabados, normalmente cutres, se veían mejorados por un entintado muy favorecedor. Daba una vuelta de tuerca a la leyenda del héroe, con un tono y un humor negro que nos recordaban al Aldrich más duro y al Peckimpah más crepuscular. En Truman no hay pose, sus personajes son realmente unos tipos curtidos, cuya ironía suaviza la violencia que habitualmente puebla sus relatos. Sus héroes no reciben piedad, pero tampoco la piden.

Luego continuó trabajando, pero nada de lo que hacía llegaba por aquí. La única explicación que se me ocurre es que no es un dibujante preciosista. Al contrario, la apariencia de su trabajo es agresiva y desmañada. Sus figuras siempre resultan un poco rígidas y toda su puesta en escena parece pensada para ocultar las limitaciones del grafismo, que no son pocas. Nadie compraría un tebeo suyo, si sólo le echara un vistazo. Pero cuando nos ponemos a leerlo, la cosa cambia.

Yo no esperaba gran cosa de estas dos recuperaciones. Grimjack es un personaje antiguo, anterior a Scout, y el guión ni siquiera es suyo, aunque participó en su creación. Tampoco escribe los textos del tebeo de Conan, que es más reciente, sino que son de Lansdale. Pero da lo mismo. De una u otra manera, Truman se los apropia y, en cuanto nos hemos leído dos o tres planchas, nos damos cuentas de que ya estamos enganchados y no vamos a soltarlo hasta el final.

Y eso, a pesar de los aspectos en contra, que no son pocos. En Conan lo más grave es el formato, demasiado pequeño, empasta los dibujos y vuelve los textos ilegibles. En Grimjack los años, que delatan a un Truman demasiado inexperto y limitado. Pero repito, da igual. En seguida nos contagia su humor, la fuerza de su narrativa, la violencia, la inteligente ironía que recorre todas sus historias. Truman consigue con facilidad lo que autores más afamados, como Chaykin, tan sólo intentan. En el caso de la historieta de Conan, da rienda suelta a un humor bestia, mezclado con generosas dosis de violencia, que más de uno le recordará a Tarantino, aunque creo que sus raíces son muy anteriores. Por supuesto, sabe cómo ponerse serio cuando es preciso, como demostró en algunas secuencias de sus otras obras. Pero no es el caso. aquí se deja llevar y el humor es contagioso.

Algunos le llaman artesano. Risa me da. Truman es uno de los grandes. Como siempre, desconfíen de las apariencias.


Florentino Flórez

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