Largo Winch: el precio del dinero
Van Hamme y Francq
Norma Editorial. Barcelona, 2006

 

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Visiones del mundo

El último álbum de Largo Winch arranca con su protagonista, ese millonario rebelde, hablando en un programa de la tele sobre globalización. De pronto se ve atrapado en una encerrona, cuando entra en escena el director de una fábrica que pertenece a su grupo. La empresa ha sido clausurada en su lugar de origen y trasladada a la república checa. Antes de que el héroe pueda replicar, el directivo saca una pistola y se pega un tiro en la cabeza, ante las cámaras.

No es más que el comienzo de una fascinante aventura, una angustiosa caza del hombre y una trepidante trama policial, económica y política. Sus creadores mantienen el altísimo nivel al que nos tienen acostumbrados. Francq, con su dibujo de línea clara, capaz de representar los más variados escenarios, paisajes y arquitecturas, sin descuidar una adecuada expresividad de los personajes y una fluida planificación. El fruto de su trabajo es una aparente sencillez pero no se dejen engañar: es un artista sofisticado y que nunca decepciona.

En cuanto a Van Hamme, poco más puedo ya añadir a todos los elogios que le he dedicado tanto por esta serie como por Thorgal, otro de sus hijos. Aquí sorprende cómo aborda un tema tan actual y polémico, la globalización y una de sus consecuencias, la deslocalización, y lo emplea como base, no de un dircursito ideológico, sino de una acelerada narración. Habrá conclusiones y reflexión al final, no lo dudo. Y seguramente una clara toma de posición, cuestionando las consecuencias negativas y los lugares comunes. Pero el gran creador belga no permite que eso se interponga en el entretenimiento que construye, no invierte el orden. Primero nos atrapa y luego ya habrá tiempo para el resto.

Por otro lado, resulta impresionante el aplomo con el que maneja a su protagonista, ese heredero que intenta mantener sus principios en un mundo en el que priman las traiciones y la ambición desmedida. Hay que ser muy hábil para escribir escenas como aquella en la que Largo se desplaza al pueblo del suicida para presentar sus respetos a familiares y amigos que, lógicamente, le acusan a él de la desgracia.

Y para mantener el interés de un relato en el que, como quien no quiere la cosa, se nos van desvelando los secretos de jugar con las reglas de diferentes países y las ventajas que de ello se derivan. En fin, como en cada nueva entrega de Largo Winch, sólo puedo recomendarles que corran a comprárselo, empezando por el primer número, si es que aún no lo tienen.

Mi segundo álbum europeo del día no es tan agradable de comentar. Su autor, Yslaire, firmó en los noventa una serie rotunda e impactante, Sambre. Un manifiesto romántico, apasionado y revolucionario, servido con un dibujo fluido, de resonancias góticas, cargado de luminosas tinieblas. Esa saga presentaba además una puesta en escena decidida y arriesgada, con soluciones narrativas que nos hablaban de un autor con preocupaciones que iban más allá de la pura estética, para adentrarse en el delicado terreno de la invención y de la adecuación entre lo narrado y sus formas. En fin, Yslaire era una de las realidades del comic europeo, uno de los grandes, alguien a quien tener en cuenta.

Pero, tras Sambre, nada ha vuelto a ser lo mismo. Primero nos decepcionó con CieloXX.Com, un relato que algunos todavía estamos intentando entender, luego con una innecesaria continuación de su personaje estrella, que casi habíamos conseguido olvidar. Ahora se descuelga con este Cielo sobre Bruselas, en el que todo decepciona. Desde el dibujo, que parece apenas abocetado sobre una tableta gráfica recién comprada, hasta el guión, con escenas que provocan oleadas de vergüenza ajena. En concreto, toda la secuencia central, con esa escena de amor entre el imposible protagonista y la terrorista cargada de bombas roza lo grotesco. Y el resto no es mejor. Algo impensable en alguien que en su momento marcó una de las cimas del comic europeo. Será una mala racha...

Florentino Flórez

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