La Cosa del pantano
Len Wein y Berni Wrightson
Planeta deAgostini. Barcelona, 2007.






 

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La parada de los monstruos

Algunos de ustedes sin duda recordarán una maravillosa película producida por Hawks a principios de los cincuenta, titulada por aquí El enigma de otro mundo. Aparecía allí un extraterrestre misterioso que era rescatado de entre los hielos y se dedicaba durante todo el metraje a asustar a sus salvadores y, de paso, al público. Toda la acción transcurría en una claustrofóbica base polar y el monstruo, más que verse, se adivinaba entre las misteriosas tinieblas que poblaban el film.

Luego, mucho más tarde, Carpenter filmó un remake más explícito y repugnante. Una de las peculiaridades del bicho en la terrorífica primera versión, era su origen vegetal. De hecho, uno de esos espléndidos científicos locos llegaba a mostrar retoños de la Cosa en una maceta, si mi memoria no me engaña. El alien encontraba su final entre las llamas, tras haber regenerado partes de su cuerpo, perdidas en diferentes enfrentamientos.

Algunas de esas ideas, entre otras, fueron retomadas por Len Wein en su clásico de los setenta, que ahora se reedita: La cosa del pantano. El protagonista es un científico que busca un remedio para el hambre y que, en el curso de un accidente provocado, acaba convertido en un monstruo vegetal, al mezclarse su fórmula con los fluidos de la ciénaga.

Wein es uno de esos guionistas que tienden a pasar desapercibidos, algo bastante común entre sus compañeros de generación. Este es un momento tan bueno como cualquier otro para reivindicarlos. Me refiero a los Conway, Thomas, O'Neil, Jones, Wolfman o Moench, el grupo que tomó el relevo de los superhéroes en los setenta. Aunque alguno como O'Neil sí que ha visto su talento reconocido, en general permanecen ignorados, frente a la revolución que vendría después. Se tiende a escribir que los superhéroes no se volvieron adultos hasta los tiempos de Watchman y compañía, en una época de cambios encabezados por llamativos guionistas ingleses como Moore o Gaiman, o por dibujantes como Miller o Simonson.

Hablando de La Cosa del pantano, la nueva versión escrita por Moore en los ochenta parece haber borrado del mapa al personaje original. No seré yo el que discuta la originalidad y fuerza de la aportación del inglés, que prácticamente dio la vuelta al héroe, creando un conjunto de episodios que sin duda permanecerán.

Pero esa transición que el grupo de Wein inició no puede ser olvidada. Hablamos de los tipos que llevaron a Conan a los comics, que mataron a la novia de Spiderman, que ordenaron universos y generaron atmósferas, precipitando nuevos cambios. Entre todos ellos quizás Wein es el que menos se menciona, a pesar de sus indiscutibles aportaciones al medio.

En La Cosa del pantano se dedicó a recrear toda una colección de mitos clásicos del terror, de Frankenstein a los extraterrestes, pasando por zombies y hombres-lobo. Un auténtico festival, que contó con la magistral visualización de un dibujante que por entonces atravesaba el momento más dulce de su carrera. Wrightson estaba en una cumbre gótica, con sus sombras y su preferencia por lo tenebroso, barroca en el despliegue de gestos retorcidos hasta lo tolerable y manierista por lo que su estilo suponía de desarrollo extremo de ensayos anteriores, con reminiscencias de artistas de la E.C., como Wood, Ingels o Davis. En ese sentido, creo que el color ayuda poco a un trabajo que hemos podido disfrutar con anterioridad en un deslumbrante blanco y negro.

En fin, un tebeo que ningún amante del terror y la serie B en general debería perderse, para disfrutar sin complejos.

Florentino Flórez

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