The Punisher. Las viudas © 2003 El Wendigo. Todos los derechos reservados
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Violencia de género... y de la otra Un título que nos daría una idea más próxima al espíritu de este tebeo sería algo así como La venganza de las viudas comepollas asesinas. Me perdonarán si no me he atrevido a usarlo. Y es que en cada nueva entrega el provocativo guionista Garth Ennis parece dispuesto a llegar un poco más lejos. Recientemente leíamos su segundo acercamiento al personaje de Barracuda, que quizás no era tan redondo como el primero pero sí igual de divertido. Y el segundo volumen de The Boys, donde se permitía unas cuantas pasadas alrededor del tema gay. La gran viñeta con el diálogo del bambú era de antología, pero con su talento habitual conseguía trascender el tono burlesco inicial y desplegar un muy correcto discurso sobre la homofobia. La parte rusa del volumen era igualmente descacharrante. Lo del superhéroe soviético de descomunal verga que queda inmovilizado al entrar en un club de estriptís y declara: "las tetas son mi kriptonita" era un bromazo genial, uno más en un conjunto donde la moderación no tiene cabida. Antes de seguir, un pequeño paréntesis: Ennis suele tener mucha suerte con sus dibujantes. Puede que no sean los más refinados del mundo, pero sí consigue trabajar siempre con grandes narradores. Robertson no es especialmente delicado, pero sí eficaz. Y sus secuaces en Punisher puede que no sean estetas, pero sí muy sólidos dibujantes realistas, que saben como conducir la mirada del espectador. Toda regla tiene su excepción y en este caso se trata del inútil que le acompañaba en Hitman, de cuyo nombre no quiero acordarme. Hay quien dice que la serie no está mal. Lo siento, no sobreviví al dibujante. Otra aclaración. Ennis no esquiva los temas escabrosos y le gustan los chistes gruesos, con constantes bromas sobre felaciones y un humor cuartelero que haría sonrojarse al mismísimo Lee Marvin, si eso fuera posible. Pero no se queda ahí. Utiliza esos fuegos artificiales para captar la atención del lector y mantenerlo entretenido, entre el espanto y la fascinación que provocan sus atrevimientos y sus constantes excesos. Y luego sabe cómo ir más allá. Lleva muchos años tratando con un personaje imposible, Punisher, un vigilante sin escrúpulos que dedica su vida a quitársela a los demás. Pero Ennis comprende y explica muy bien el mal, no le fascina como a otros guionistas muy afamados. En este último volumen Punisher dispara y se regodea en la lenta agonía de unos pederastas. Luego contempla sus obras, unos niños destrozados que quedan en manos de la asistencia social. Toda la historia cabalga ese infierno moral. Cuando el dolor es tan espantoso, el mal tan absoluto, tan sólo una violencia mayor parece asegurar una respuesta proporcional. Si el álbum se inicia con esa secuencia de los violadores, luego se centra en una violencia doméstica nada moderada y que por supuesto supera, en intensidad y efectividad, muchos relatos bienintencionados sobre el asunto. En el relato, la víctima acaba convertida en asesina, no de quien la maltrató, sino de quienes lo consintieron, mujeres de su propia familia que miraron hacia otro lado cuando podían haberla ayudado. Debo añadir que se lía al final,
se le va la pinza con las escenas de violencia y blablabla. Pero se lee
de un tirón y es tan brutal como apasionante.
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