La ley del dolar
Van Hamme y Francq Norma Editorial. Barcelona, 2007. 48 páginas, 12 euros © 2003 El Wendigo. Todos los derechos reservados El © de las viñetas pertenece a sus respectivos autores y/o editoriales. |
Excelentes
segundas partes Empiezo por dos series de Taniguchi. Si la primera entrega de Seton nos deslumbró con su contenida emoción, la segunda mantiene muy alto el listón. Resulta muy complicado alcanzar la calidad demostrada en el arranque, pero no decepciona. Resuelve mejor la continuación de La cumbre de los dioses, otra de sus incursiones en el montañismo. Ya nos sorprendió hace años con el fenomenal K y ahora vuelve al mundo de la escalada con un relato de superación y competencia, una lucha entre dos chiflados de la montaña, que es arrolladora. La serie es adictiva, a pesar de que el tema no parece a priori especialmente atractivo. De alguna manera Taniguchi nos transmite el vértigo y el esfuerzo inherentes a estos enloquecidos asaltos a las cumbres más temibles, contagiándonos su amor a ese deporte. Bess llega al segundo número de Pema Ling. No sólo mantiene sino que multiplica sus textos. Se acerca mucho al ritmo pausado del Príncipe Valiente, con una interacción entre palabras e imágenes muy especial. Sus contenidos se vuelven más filosóficos y sus paisajes más líricos. La acción se diluye en un volumen donde priman la contemplación y la reflexión. Parece decidido a consagrar su arte a la búsqueda de la sabiduría y sus páginas se convierten en auténticos puentes al pensamiento oriental. La comparación con su aventura tibetana en compañía de Jodorowsky es inevitable. Si en El lama Blanco el chileno jugaba a contar un relato de lamas casi a ritmo de superhéroes, Bess opta por la serenidad y la pureza. Se mantiene fiel a la esencia de lo que nos explica, aunque quizás peca de cierta solemnidad. Un poco más de humor sería bienvenido. Finalmente Largo Winch. El dibujo de Francq construye algo así como una superproducción, con impresionantes paisajes, helicópteros, persecuciones y un apabullante despliegue de arquitecturas y cuidadísimos fondos. Y uno de los malos tiene la cara de Brad Pitt. Van Hamme por su parte remata como puede la aventura en que había metido a su héroe. En la primera parte, El precio del dinero, el director de una pequeña empresa se suicidaba en directo por la tele, abrumado porque las pérdidas le habían llevado a la ruina. Su negocio deslocalizado, sus empleados despedidos y su pequeña ciudad hundida por culpa de la globalización. El guionista vuelve a demostrar que conoce
bien el capitalismo y nos sacude con una sorpresa detrás de otra.
Básicamente viene a decir que cualquiera puede resultar cegado
por el poder del dinero. Pero que eso poco tiene que ver con una maldad
intrínseca del sistema. Más bien con los seres humanos,
individuales, que por él pululan. Largo, el héroe millonario,
emplea su poder para el bien y los obreros recuperan su trabajo. Por el
camino, descubrimos cómo algunos benefactores de la humanidad,
amigos de los hoteles caros, también son proclives al soborno.
Un tebeo lleno de ideas que quizás no cuenta con un final a la
altura. Florentino Flórez
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