Café Budapest Alfonso Zapico Astiberri Ediciones. Bilbao 2008. 164 páginas.
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Comics y judíos El año pasado Maurice Horn, el célebre historiador del comic, nos explicaba que tras su paso por Gijón se dirigía a París. Allí se iba a inaugurar una exposición en la que había participado dedicada al legado judío en los comics. Dicha muestra se paseó luego por diferentes ciudades europeas y nos da una idea de cómo se aborda el tema en la actualidad. Lo más llamativo es sin duda la nueva visión de Superman y los superhéroes en general. No debemos olvidar que tanto el nativo de Kriptón como Batman fueron creados por jóvenes judíos. La hipótesis, ya expuesta por Michael Sabon en su libro Las asombrosas aventuras de Kabalier y Clay, es que en su elaboración emplearon elementos del folclore judío, más concretamente el golem. Hablamos de una figura sobrehumana que viene al auxilio de los pobres mortales. La comparación me resulta un poco apurada
y dado que la reedición de las primeras aventuras de Superman nos
permite hablar con propiedad del héroe en sus inicios, prefiero
la interpretación de mi amigo Ramón F. Pérez.
Él recuerda el carácter profundamente popular del personaje,
dedicado en principio a resolver problemas de barrio, casi insignificantes
desde la perspectiva actual. Esa visión muy pegada a la calle nos
remite de una manera más directa a la experiencia de la mayoría
de los inmigrantes judíos en América. Su oportunidad llegó con una segunda ola, más popular y democrática. Aunque durante años se ha insistido en presentar a los superhéroes como perros del sistema, policías nazis dispuestos a reprimir al pueblo, son justo lo contrario. Fantasías dibujadas por muchachos criados en la calle que certificaron el sueño americano superando sus limitaciones y ofreciéndonos algunas de las páginas más imaginativas y transgresoras de la historia del medio. Como Kubert, que recientemente nos brindaba su espléndido Gangster Judío; o el gran Eisner, el que con más insistencia ha reflexionado sobre sus raíces judías; o Harvey Kurtzman y tantos otros. Si el legado judío en el mundo del comic es indudable, algunos autores han empleado el medio para reflexionar sobre su historia. Recientemente Astiberri nos ofrecía dos ejemplos. Por un lado Ben Katchor con su Judío de Nueva York, un tebeo enmarañado, innecesariamente confuso y tan raro que ha provocado orgasmos en la crítica, siempre dispuesta a rendirse ante cualquier excentricidad. En realidad Katchor no consigue construir un personaje interesante, tan sólo pone en marcha a un grupo de tipos raros cuyo destino nos provoca indiferencia. Su dibujo puede ser muy expresivo y no le niego cierta belleza convulsa, pero si no me permite distinguir a los protagonistas a mi no me sirve. Con un dibujo mucho más limitado el recién llegado Alfonso Zapico construye una novela gráfica más ambiciosa y conseguida. Su sencilla historia de amor entre un judío y una muchacha árabe en el marco de la fundación del estado de Israel da pie a un relato vigoroso en el que lo público y lo privado se entrelazan con una maestría poco habitual. Reflexiona sobre el holocausto y cómo se inician y desarrollan los conflictos, sobre religión y amistad, alcanzando profundidades impropias de un novato. Una historia emocionante y rigurosa, realmente adulta en sus contenidos e intenciones, una pequeña joya que no deberían perderse.Florentino Flórez
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