René Goscinny. Los primeros pasos de un
guionista genial
Aymar de Chatenet y Christian Marmonnier
Norma Editorial. Barcelona, 2007
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Un
francés universal
Toca esta semana presumir de uno de esos tochos
que sólo pueden caer por Navidad. Es habitual que los editores
publiquen gruesos volúmenes durante las fiestas, alegrando así
la vida del aficionado y facilitando los reyes a sus familiares. Este
libraco dedicado a la infancia y primeras aventuras profesionales de Goscinny
es un ejemplo perfecto de esta subespecie navideña.
Este autor, padre literario de personajes tan famosos como Asterix,
el pequeño Nicolás, Iznogud o Lucky Luke,
tuvo una vida artística intensa y bien aprovechada, antes de que
un infarto interrumpiera su producción en 1977. Había nacido
en París en 1926 pero pronto su familia se mudó a Buenos
Aires. Su estancia en Argentina le libró de la guerra y los campos
de concentración donde murieron muchos de sus parientes. Tras la
muerte de su padre, emigra con su madre a Nueva York en 1945. Luego se
suceden varios viajes entre París y Nueva York, hasta que consigue
un trabajo estable.
En los U.S.A., René conoce a quienes luego constituirán
la plana mayor de Mad: Bill Elder, Jack Davis, Marie
y John Severin y, sobre todo, Harvey Kurtzman.
También a varios creadores europeos con los que colaborará,
como el gran Jijé o Morris, con
quien firmará Lucky Luke. Se establece entonces una fluida
relación entre las dos orillas del Atlántico, entre autores
aparentemente muy dispares, pero con no pocas conexiones. Un torrente
de humor tanto verbal como visual une la labor de Kurtzman con la de Goscinny.
Esta etapa americana y los primeros pasos profesionales constituyen la
mejor parte del libro. No parece tan adecuado el enorme espacio que se
dedica a sus dibujos escolares. Sin duda tienen un gran valor documental,
pero no artístico. Es un poco triste ver sus infantiles copias
de los siete enanitos en formato gigante. En general, toda la evolución
de sus primeros grafismos resulta un tanto hinchada. Habría sido
más interesante que el libro avanzara un poco más en la
carrera del autor y que sus primeros esbozos no ocuparan tanto espacio.
En cambio, da gusto ver los homenajes que le dedican sus colegas americanos,
o descubrir sus primeras historietas, Dick Dicks y El Capitán
Bibobú. En ellas demuestra un rotundo dominio del oficio.
Si el volumen carga con muchas ilustraciones claramente de aprendiz, llenas
de aspectos mejorables, sus dos primeros personajes nos presentan ya a
un Goscinny muy eficaz como dibujante. Cabe preguntarse hasta dónde
habría llegado si no hubiese sustituido la plumilla y el pincel
por la máquina de escribir.
En todo caso, sí sabemos qué consiguió con esta última:
convertirse en uno de los mejores guionistas europeos. Para los que como
yo nos hemos pasado años menospreciando a Asterix, es un deber
y un honor reconocer que su relectura nos lo devuelve como lo que es:
un gran tebeo, una obra con un dibujo soberbio acompañado por guiones
siempre entretenidos y divertidos. De sus otras series poco más
se puede añadir: Lucky Luke o Iznogud hicieron
de la parodia un arte y elevaron la calidad del comic europeo. Goscinny
fue el rey de la historieta europea de humor y todavía no ha aparecido
un sucesor a su altura.
Florentino Flórez
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