Modesty Blaise nº 2: Los vikingos.
O’Donnell y Holdaway
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2006.
176 páginas, 8,95 euros.
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Amor y pedagogía
Si aparece un profesor en una historieta suele
enarbolar una regla y mostrarse más que dispuesto a golpear a sus
alumnos a la menor provocación. Los centros de enseñanza
se presentan como lugares inhóspitos donde se acude a sufrir; bien
por las normas represivas impuestas por los docentes o, en muchas aproximaciones
americanas y japonesas, debido a los desprecios de las muchachas más
deseables y a los abusos de los deportistas y otros descerebrados. En
España es más típico el primer enfoque, con Paracuellos
a la cabeza. En los USA, de Crumb a Spiderman, una pauta
se repite: si eres listo o sensible lo vas a pasar mal en el insti. La
universidad, según parece, ya es otra historia. Pero más
allá de esa mirada superficial, siempre interesada por los aspectos
conflictivos, los tebeos parecen tener poco que decir sobre la educación.
¿Alguien recuerda algún protagonista profesor? Peter Parker
da clases últimamente y poco más.
En no pocas ocasiones las historietas se han alineado al lado de los revoltosos
y los pícaros, frente a sus enemigos mortales, los empollones.
Estos últimos apenas ocupan viñetas y si aparecen es para
ser ridiculizados sin remedio. Los autores de comics tienen claro que
sus enemigos son los libros y que deben alcanzar al público de
otras maneras, con una lectura más fácil y ofreciendo no
cultura ni datos respetables, sino entretenimiento y diversión.
Leer un tebeo es, por definición, lo más parecido a saltarse
una clase.
Sin embargo, no son escasos los conocimientos que pueden adquirirse a
través de los comics. De manera más evidente, con los así
llamados tebeos educativos. Generalmente ramplones y demasiado ocupados
en transmitir sus lecciones, los intentos más declaradamente pedagógicos
se han saldado con sonoros fracasos. También hay creadores que
han sabido sortear esos peligros. Hace poco mi amigo Ramón
F. Pérez recordaba el valor de las colecciones educativas
de la extinta editorial mexicana Novaro. En una línea muy diferente
citaría a Goscinny, que nos facilitó las
clases de latín con Asterix. La aventura y el humor primaban
sobre los datos históricos, pero estos eran serios y consistentes
y no se olvidaban.
Pero la importancia pedagógica de los tebeos se debe a algo más
sutil. Nos han aportado una idea del mundo, un universo de valores que
nos acompañan y en los que podemos confiar. En mi opinión,
no es casual que en los comics se multipliquen las historias de iniciación,
relatos en los que jóvenes protagonistas se enfrentan al mundo
y ven cómo sus sueños y esperanzas se transforman y, en
más de un caso, deben abandonarse sin remedio. Claremont
escribió algunos buenos episodios en esa línea en su etapa
gloriosa con los mutantes. O Foster con historias como
la de Arf, el aspirante a caballero que pierde una pierna y debe transformarse
en historiador. O Eisner en algunos de sus relatos autobiográficos.
Es también un asunto central en Modesty Blaise. Se trata
en un episodio clásico, Los vikingos. Su protagonista
es un joven retirado de la antigua organización liderada por Modesty.
Su temeridad e imprudencia le habían costado un accidente y nuestra
heroína había pagado su retiro. Casado y con un hijo, al
cabo de los años se enrola en otra banda. Modesty interviene y
es maravillosa la escena en que abofetea al muchacho y le dice: ¡Crece
de una vez, idiota! El chaval la idolatra y apenas consigue reaccionar
ante su enfado. Luego encuentra la prudencia y el sentido de responsabilidad
de que carecía, cuando el malo pone en peligro a su mujer.
El tebeo defiende la necesidad de distinguir
nuestras fantasías de la realidad. El deseo imposible del joven
hacia Modesty se desvanece finalmente ante el amor muy real de su mujer.
Por supuesto, todo ello enmarcado en una arrolladora aventura, cargada
de vibrantes peleas y villanos memorables. Una tremenda lección,
no se la pierdan.
Florentino Flórez
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