La conspiración
Will Eisner
Norma Editorial. Barcelona, 2005
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Mentiras y verdades
El pasado mes de enero moría el maestro Eisner.
Ahora nos llega su último trabajo, una extraña novela gráfica,
género que prácticamente él inventó. Este
libro tiene más de ensayo erudito que de obra dramática.
Por supuesto, son muchos los años que Eisner dedicó a novelar
la experiencia humana como para dejar finalmente de lado esas fórmulas
narrativas. Pero aquí las escenas dialogadas parecen pesar tanto
como los textos, especialmente en la larga secuencia comparativa.
La Conspiración es la historia de una gran mentira. La
que se teje alrededor de los supuestos planes judíos para dominar
el mundo. Eisner actúa como un notario, levantando
acta de todo lo sucedido. Su relato se inicia con el autor del texto original,
el revolucionario francés Maurice Joly. Luego
salta a Rusia y nos habla de los implicados en la trama que finalmente
provocaría la aparición de Los protocolos de los sabios
de Sión. Es la propia policía secreta del zar la que
plagia el libro de Joly y se inventa la mascarada que tanta gente después
se va a creer a pies juntillas. El resto es un desarrollo de los diferentes
sucesos que provocará el infame libro. Su influencia en Hitler,
su descrédito público, la intervención de The
Times, declarándolo falso, o las continuas reediciones del
volumen, en lugares tan alejados entre sí como Argentina, México
o Japón.
En el terreno de la puesta en escena, el maestro mantiene su nervio y
el ritmo no desfallece, a pesar de que algunos pasajes son realmente densos.
Especialmente aquellos en que nos enfrenta a los documentos originales,
lo que hace que nos preguntemos si la fórmula elegida es la más
adecuada. Tiendo a considerarlo como el último desafío del
maestro, su último intento por expandir las fronteras de un medio
que él suponía bueno para todo. Ya lo dijimos en su momento:
que el comic haya sido hasta la actualidad un medio esencialmente narrativo,
dramático, no implica que continúe siéndolo en exclusiva
en el futuro. Quizás pronto aumente el número de autores
que lo empleen como herramienta divulgativa. No podemos saberlo.
Lo que no podemos disculpar en este caso, son las alusiones de pasada
que el volumen hace a personajes que admiramos y de los que el lector
poco informado puede llevarse una mala impresión. Especialmente
llamativo es el artículo de Churchill que se reproduce,
en el que se le presenta como un antisemita. Cabe recordar que siempre
apoyó la causa judía y que los sentimientos antisemitas
en Inglaterra no eran nada en comparación con los de otros países,
donde estaban mucho más arraigados, como la vecina Francia. Por
otro lado, lo que el artículo hace es unir en un único paquete
al sionismo con el marxismo, en un momento en que occidente tenía
motivos para recelar de la revolución soviética, que desafiaba
los valores de la civilización y había traicionado a los
aliados con su pacto con los alemanes.
Creo que Eisner habría estado más acertado
recordando cómo esa idea de la conspiración que, como todos
sabemos, hunde sus raíces en la edad media y los tristemente famosos
libelos de sangre, fue actualizada en muchos textos anti-imperialistas,
en los que la conspiración racial se traducía en términos
de clase. Textos que Lenin había copiado de un
conocido antisemita, Hobson. Pero la sustancia es la
misma: lancemos la idea de que una serie de plutócratas, unos tipos
muy malos, conspiran a nuestras espaldas para dominar al mundo. Hoy la
conspiración recibe muchos nombres, como globalización entre
otros, pero la idea básica sigue siendo la misma. La culpa nunca
es nuestra. Eliminemos a aquellos que sospechamos intentan chuparnos la
sangre y asunto resuelto.
Eisner nos recuerda que cualquier excusa es buena para
la violencia, incluso una tan absurda como Los protocolos. En la última
página acumula noticias recientes con ataques a sinagogas y ámbitos
judíos. Todo cambia, para seguir siendo lo mismo.
Florentino Flórez |